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Como ante cualquier suceso, también es bueno hacer memoria en lo concerniente a un ataque norteamericano a Afganistán que, planeado y llevado a cabo a la carrera tras los atentados del 11 de septiembre, cuenta con antecedentes históricos. Puesto que es ésta la mejor forma "propagandas exageradas, soflamas patrióticas y fanatismos aparte" de llegar a comprender las auténticas razones de una guerra que hoy parece estar tocando a su fin. Los Estados Unidos mantenían desde antiguo un gran interés por controlar, de una u otra forma, los riquísimos yacimientos de petróleo del mar Caspio. Unas formidables reservas que tras la desaparición de la Unión Soviética parecieron quedar más a su alcance. Existentes ya algunos pasillos por los que hacer llegar el petróleo del Caspio a Europa, se pensó en facilitar su distribución hacia Asia, precisamente a través de Afganistán, la vía más económica. Y en este sentido se ha hablado poco ahora de las negociaciones que durante un tiempo mantuvieron Washington y Kabul "interrumpidas en 1998" a tal efecto. Muchos ignoran que aún en el verano del año 2000, enviados norteamericanos, que tenían tras de sí a los responsables de las grandes compañías petroleras, viajaron a Afganistán ofreciendo el reconocimiento diplomático al hoy «odioso» régimen talibán si accedía a sus peticiones. Las presiones, y las ayudas, de Bin Laden hacia el Gobierno afgano, y los atentados de septiembre desbarataron cualquier posterior negociación y precipitaron los acontecimientos. Éstas son, en esencia, las razones de una guerra que va mucho más allá de la persecución de un terrorista internacional, o del deseo de liquidar a un régimen tan despreciable como el de los talibán, cuyos anteriores excesos no habían molestado hasta ahora exageradamente a Washington. Respetando, naturalmente, cualquier otro punto de vista, decirlo a las claras nos parece de justicia.