La literatura española acaba de perder a uno de sus más
significativos representantes, Camilo José Cela, que obtuvo a lo
largo de su dilatada trayectoria todos los premios que el mundo de
las letras otorga a sus creadores "hasta el Nobel" y merecidos
elogios a su virtuoso dominio del idioma.
La figura de este escritor gallego muy vinculado a Mallorca,
estuvo siempre rodeada de tintes provocadores. Sus apariciones ante
la prensa le colocaron un aura de carácter fuerte que quienes le
conocieron bien aseguran que poco tenía que ver con la verdadera
personalidad del genio. Cela se fabricó una imagen pública, que le
acompañó durante su vida y que le creó enemigos acérrimos y amigos
entusiastas. Aquí, en Mallorca, sus amigos le recuerdan con
profunda estimación. Pese a que en sus últimos años, por motivos
harto sabidos, perdió su contacto con la Isla, no se puede olvidar
el afecto que demostró a esta tierra. Lamentablemente, el proyecto
de crear en Palma una fundación que llevase su nombre y que fuese
depositaria de parte de su archivo se malogró al faltar el apoyo de
la Universitat.
Cela ejerció un importantísimo papel como dinamizador de la
cultura local, adormilada, y logró conectarla con las nuevas
corrientes. Fueron treinta años de fructífera relación con una isla
que despertaba a la modernidad, con sus escritores y artistas, y
con otro genio, también residente en Palma, Joan Miró, con el que
mantuvo una estrecha amistad. Y está la revista que dirigió durante
23 años, «Papeles de Son Armadans», que constituyó un referente
cultural de primera magnitud desde su fundación en 1955, en la
antigua calle Bosque, hoy calle Camilo José Cela.
A un escritor, que honró a este diario con sus colaboraciones,
hay que valorarlo por su obra, no por sus anécdotas, ni por la
simpatía o antipatía que despertaba. Camilo José Cela debe ser
valorado por su universo literario, por su fuerza creativa; y
recordado por lo que fue, uno de los grandes de las letras
españolas.
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