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La Plata, en la provincia de Buenos Aires en dirección sur, es un bello lugar, presidido por una hermosa catedral con cierto aire a gótica, aunque de posterior construcción, con un histórico equipo de fútbol, el Estudiantes de la Plata, uno de los primeros que disputó el Trofeo Ciudad de Palma, con universidad y con numerosas dependencias municipales y gubernamentales, con edificios no muy altos, que a principios de siglo tuvo censados a más de dos mil baleares y que ahora, aun siendo bastante menos, los sigue acogiendo, de los que, días atrás, nos reunió algunos el presidente de la Casa Balear de la Plata, Melchor Rabasa Salom.

«Vera usted "nos dijo al irnos a buscar el hotel" que aquí tenemos algunos casos que dada la situación precaria que atraviesa el país, requieren de ayudas urgentes. Se dará cuenta de que algunos son gente mayor, otros algo más jóvenes». El presidente reconoce que el Govern les quiere mandar unos diez millones, a repartir entre todas las casas, «pero le hemos dicho que mejor espere, porque si los envía ahora seguro que se quedan en el corralito. Que espere, o bien que alguno de nosotros vaya a por ellos». También le gustaría que en Balears, a la hora de buscar mano de obra «se contara con la gente joven de aquí, a la que nosotros estamos preparando muy bien, incluso hemos confeccionado un plan de asesoramiento al respecto, que hemos enviado al Govern».

A poco de atravesar el umbral del inmueble que acoge a la mayoría de baleares, y descendientes, residentes en La Plata, nos pudimos percatar de que es así. Que ahí es necesario que se les eche una mano, pero ya, sobre todo a la familia March, cuyo padre, Juan, nacido en Palma, en Son Rapinya, está imposibilitado, por tanto jubilado por discapacidad con una pensión de 326 pesos al mes, «todo porque me dejaron inválido tras haberme sometido a un operación», y su única hija, Analía, vive postrada en una silla de ruedas a causa de una parálisis infantil, lo que convierte a Carmen en poco menos que en una madre coraje, porque encima de que apenas cuentan con dinero para sobrevivir, los malos tiempos que corren en el país le han denegado cualquier prestación de tipo material y social, o lo que es lo mismo, que la madre no sólo se ha quedado sin ayuda sino que encima los pañales y las numerosas medicinas que la niña consume a diario los tienen que comprar ellos, y todo, ya decimos, saliendo de una indigna pensión que apenas llega a los doscientos dólares al mes, menos de cuarenta mil pesetas.

Por eso el padre, que dice estar muy agradecido a la Casa Balear de la La Plata, pues gracias a la gestión del presidente le llegaron unos 500 dólares de parte del Govern balear, puede que ahora, más que nunca, no los olvide, «ni a nosotros, ni a ninguno, pues al carecer de dinero no podemos comprar medicamentos, y tanto ella "señala a la niña" como yo, los necesitamos». Su situación es tan crítica que Joan y Carmen estarían dispuestos a regresar a Mallorca «siempre que tuviéramos unas garantías de que nos ayudarán».

Sin pretensión de dar ideas, la Casa Balear de la Plata podría ser el próximo objetivo de la consellera de Acción Social Fernanda Caro, tan dada a promover obras sociales en centro y Sudamérica a favor de indígenas y necesitados, puesto que ahí, en esa Casa "y seguramente en otras de Argentina, ahora" tiene a un grupo de personas por cuyas venas corre sangre insular que se hallan al borde del precipicio, a punto de caer en la más cruel indignidad. Y aquí no cabe "o no debe de caber" aquello de que estas casas las abrió el gobierno de Matas, pues, como hemos podido comprobar en los días que hemos estado visitándolas, sus socios, que como diría Tolo Güell, están haciendo balearismo en América "en la Plata se hace ball de bot, cocas mallorquinas, ensaimadas, algunos hacen cada año matançes surtiéndose de botifarrons, sobrassada y llonganisses, etc." están al margen de la política y de los políticos, y que si se encuentran ahora allí es porque ellos, o sus padres, en un momento determinado tuvieron que dejar unas Islas que siguen llevando en su corazón, y no es poesía, ni retórica barata ni tópico fácil, sino pura realidad...