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Mallorca ya tiene su moratoria, aunque los conservadores ya anuncian que la consideran «nula» por encontrarla «plagada de errores». Quizá no les falte razón en criticar la precipitación con que se ha llegado a un acuerdo, cuando un asunto de esta trascendencia requiere largas y tranquilas conversaciones para alcanzar el máximo consenso.

Pese a todo, el logro es innegable, aunque de él se puedan derivar algunos problemas. Resulta evidente que era más que necesario frenar el desaforado crecimiento urbanístico de las zonas costeras, una vez que ya se había protegido el terreno rústico. Ahora bien, tal vez a consecuencia del modelo elegido los municipios que se libran de las restricciones y quedan cerca de Palma se vean abocados a una avalancha de peticiones de licencia de obras que transformen por completo en poco tiempo su fisonomía.

Los políticos prevén aprobar el próximo mes de abril el Plan Territorial de Mallorca, que será el texto que defina de una vez por todas qué tipo de Isla queremos tener y cómo conseguirlo. No es fácil contentar a todas las partes implicadas, desde el ciudadano que quiere acceder a una vivienda hasta el promotor que tiene en ese negocio su medio de vida. Entre unos y otros está el derecho de todo mallorquín a vivir en una Isla hermosa, como siempre ha sido. Ya sabemos que recuperar lo perdido será prácticamente imposible, pero hagamos el esfuerzo necesario para preservar lo que queda y seguir construyendo con seny el futuro que merecemos.

Si para ello es preciso que el Consell "donde se aprobará la norma definitiva" se dedique en cuerpo y alma a dialogar, negociar, analizar e insistir en este asunto hasta lograr el consenso de todos los grupos políticos, que se haga.