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El presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, ha declarado que es el momento oportuno para reformar parcialmente la Constitución, refiriéndose con ello a la transformación en una auténtica Cámara de representación territorial del Senado. Contrastan las declaraciones de Fraga con la dirección adoptada por su propio partido en defensa de la idea de «patriotismo constitucional» y de la actitud ciertamente dogmática adoptada por José María Aznar con respecto a la Carta Magna, como si de algo inamovible y sagrado se tratara.

Es evidente que es la norma fundamental de funcionamiento del Estado, sobre la que se articula todo el resto de la legislación, pero también es verdad que, desde su promulgación en 1978, este país ha cambiado sustancialmente y no sería en absoluto descabellado pedir una reforma.

Además, el Senado debería ser realmente esa Cámara que representase a las autonomías, porque en la actualidad ese papel es meramente simbólico. En realidad, suele ocupar su tiempo en una segunda lectura de las leyes procedentes del Congreso de los Diputados. Pero la modificación constitucional debería hacerse con seriedad y con amplitud, mirando hacia el futuro. En este sentido, sería enormemente positivo que permitiera otorgar mayor capacidad de autogobierno a las autonomías que en su día fueron consideradas de segundo orden, por las limitaciones que sufrieron con respecto a las llamadas de primera, Catalunya, Euskadi o Andalucía.

De todos modos, choca que una propuesta así la lance desde el PP Manuel Fraga, quien ha defendido, a lo largo de su carrera política, claras posturas de inmovilismo. Por eso, llama mucho la atención esta posición abierta al cambio, opuesta a la de Aznar.