Kabul, cinco horas, bien valió un viaje-paliza de 18 horas. Fue una
experiencia, ¿saben? Nos es lo mismo que te lo cuenten a que lo
veas. Y nosotros lo vimos. Vimos, por ejemplo, cómo viven los
soldados, entre ellos nuestro paisano Hassan Karan Ortega, un
veterano en estas lides, pues hace dos años estuvo en Kosovo.
Cabeza afeitada, gafas oscuras, Karan envía un saludo a sus
familiares y amigos. Nos cuenta que vivía en la zona del Ensanche
de Palma y ahora vive en la Platja de Palma. «En Kabul hay mucho
que hacer y poco que ver, ya que salimos muy poco ahí afuera
"señala hacia la otra parte de la verja", a no ser que vayamos en
misión de vigilancia».
De regreso de Kabul a Islamabad, donde establecimos nuestro
cuartel general "hotel Marriot, habitación 315", el Hércules se
detuvo un rato en Bagram, a pies de los montes Shaki Kot, en cuyas
cumbres siguen los combates, y desde las que llegan de forma
escalonada media docena de helicópteros que toman tierra cerca de
las tiendas de campaña, algunas con bonitos nombres, situadas no
muy lejos de donde se halla el hospital dirigido por los españoles,
frente al cual, mujeres cubiertas con la burka aguardan con sus
hijos en brazos a que el pediatra las llame. Vigilando para que
ningún periodista haga fotos, está un afgano con pinta de talibán
"barbudo y blandiendo un kalaschmikof". «No pictures, no pictures»,
grita a diestro y siniestro. «Ni se os ocurra "advierte un
soldado", ni mirarlas y mucho menos tocarlas». Así que enfundamos y
esperamos, no vaya a ser que al barbudo se le crucen los cables y
la arme.
En los coches nos acercamos a otro lugar del campamento, también
en territorio español, donde los niños salen a nuestro encuentro
sin extender ninguna mano en actitud pedigueña. «¿Que por qué hay
tantos niños en esta parte del campamento? Porque la ración de
comida que les dan los españoles "explica el chófer" es mayor y más
suculenta que la de los yankis. A ellos "señala a los críos" les
gusta más la fabada o el cocido, que un sobre con algo dentro que
se convierte en caldo cuando le echas agua». En una tienda se halla
el niño Abil Bashir Hambullah, al que al día siguiente nos
llevaremos a Madrid. Visto de cerca, es tremendo. Deforme. Pero en
el fondo, dentro de la desgracia, tiene suerte. En Madrid tratarán
de alargarle la vida.
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