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La situación en Oriente Próximo es cada vez más alarmante y, a cada fin se semana que pasa, hay que sumar a la larga lista de víctimas mortales decenas de personas. A los atentados suicidas de los kamikazes palestinos de Hamas y otras organizaciones integristas, el Gobierno de Sharon responde con misiles que, por desgracia, en demasiadas ocasiones acaban con la vida de civiles que nada tienen que ver con este cruel baño de sangre.

En medio de esta escalada de violencia, va a llegar Anthony Zinni, enviado especial de EE UU, y el mismo vicepresidente Richard Chenney. Mientras, en Egipto, Mubarak analizaba con las autoridades saudíes el plan de paz de éstas que incluye el reconocimiento de Israel como Estado y la constitución de una nación palestina con capital en una parte de Jerusalén.

Realmente, pese a los esfuerzos diplomáticos que se están emprendiendo para acabar con una situación prácticamente bélica, parece casi imposible, en las actuales circunstancias, que pueda darse algún avance significativo. De una parte, Sharon sigue empecinado en su peculiar modo de imponer sus criterios por vía de la fuerza y la ocupación. Y, por otro lado, Arafat es una figura que parece no contar o no tener la voluntad o la autoridad suficiente y los integristas islámicos siguen con sus bárbaras acciones atentando y acabando con la vida de cualquiera que este en el lugar escogido como destino por sus mensajeros de la muerte.

Aún así y pese a todo, es imprescindible el restablecimiento del proceso de paz, no sólo por cuestiones estratégicas como la estabilidad de la zona, sino porque es preciso y urgente acabar con las matanzas indiscriminadas y llegar de una vez por todas a una solución que permita la convivencia en paz de judíos y palestinos.