Aunque en muchos aspectos parece que hayan pasado años desde
aquella ya imborrable fecha del 11 de septiembre de 2001, ayer se
cumplieron seis meses de los atentados más sangrientos de la
historia. Medio año en el que el mundo se ha vuelto del revés y el
terrorismo se ha convertido en el primer enemigo a batir. Pero
aparte de esa historia con mayúsculas, en la que se ha visto
involucrado el planeta entero y que ha generado políticas y
economías distintas, está la otra historia, la de miles de seres
humanos "madres y padres, esposas y maridos, hijos y hermanos" que
vieron cómo ese día el mundo se rompía bajo sus pies.
A ellos, a las víctimas, Nueva York les rindió ayer un sentido
homenaje de silencio "roto por el repique de campanas", oración y
emoción.
Ayer se colocó de nuevo «La Esfera», la escultura que antaño
adornaba la plaza del World Trade Center "hoy convertida en un
inmenso boquete sin destino claro todavía" y que ahora se ha
recuperado, dicen, como «símbolo de paz en el mundo». Una paradoja
que sonaría a risa si no fuera trágica, pues la respuesta de
Estados Unidos a los atentados del 11-S ha provocado ya más muertes
en el mundo que los propios ataques iniciales.
Y el presidente norteamericano sigue meditando nuevas formas de
masacrar países que, según él, dan asilo a grupos terroristas,
mientras el principal sospechoso de los terribles crímenes, Osama
Bin Laden, y muchos de sus seguidores, siguen campando a sus anchas
quién sabe por dónde.
Ese concepto confuso y maniqueo que Bush bautizó como «el eje
del mal» se va ampliando peligrosamente y nadie sabe cuáles serán
los próximos pasos de la poderosa máquina de guerra norteamericana
en la ejecución de planes contra el terrorismo que nadie se atreve
a cuestionar.
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