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«El 11 de septiembre ha cambiado las reglas del juego de la globalización y, por lo pronto, se ha visto claro a los ojos de todo el mundo que esta mundialización no es sólo un fenómeno económico, sino que tiene una dimensión política, social, cultural y militar notable». Esta fue la premisa básica que defendió ayer el mallorquín Joan Tugores, ex alumno del Col·legi de Sant Francesc y actual rector de la Universitat de Barcelona, en su charla sobre «Globalización y crisis después del 11 de septiembre».

Cuando se acaban de cumplir seis meses desde la jornada trágica que cambió el mundo, la consecuencia más inmediata «y quizá la más importante -afirmó- es que se ha evidenciado que la globalización además de económica, tiene unas dimensiones política, social y de seguridad, entre otras, y que existen unos problemas de desigualdad a nivel internacional que son el caldo de cultivo de amenazas terroristas». Y así, «nos encontramos ahora ante una realidad que ya se dio en la Europa occidental en la segunda mitad del siglo XIX y en el siglo pasado: el debate entre los límites que deben imperar entre el poder político y los mercados económicos».

«En los años 60 -recordó-, cuando yo estudiaba en Sant Francesc, el mercado relevante era el estatal, la moneda de referencia la nacional y el ámbito de influencia de las decisiones sociales y políticas era el territorio español. Ya entonces se discutía, a escala nacional, lo que ahora, a principios del siglo XXI, se está debatiendo a escala global tras la traslación de los fenómenos económicos a nivel mundial, si hace falta algún tipo de regulación de los mercados». Ha reaparecido, por tanto, «el enfrentamiento entre los que defienden una postura liberal, en pos de un estado mínimo que garantice tan sólo el orden público, y los partidarios de una intervención más activa del estado en la economía». Y es éste «un debate que no podemos ignorar», subrayó Tugores.

Los Estados Unidos, dijo, «defienden que la globalización económica debe ir acompañada de una intervención política sólo en materia de seguridad, de orden público y lucha contra el terrorismo», mientras que «para los países europeos hace falta complementar los temas de seguridad con intervenciones sociales y políticas que vayan al fondo de los problemas, que favorezcan una mejor distribución mundial de la riqueza, un tratamiento adecuado de los movimientos migratoros y evitar unas disparidades de la renta ofensivas que puedan ser el caldo de cultivo de actitudes radicales y violentas». Este debate resurgido tras el 11 de septiembre lleva parejo tres implicaciones básicas, argumentó el conferenciante. La primera de ellas, concretó, se refiere a «la recuperación de la confianza como variable económica fundamental, tanto individual como colectiva.

Una confianza que ha sido básica para la recuperación económica que ha logrado Estados Unidos tras la crisis, algo de lo que Europa debería aprender, y que significa que la historia no está escrita, sino que el futuro será como nosotros queramos que sea». Un segundo aspecto o consecuencia a la que se refirió el rector de la UB fue «la redefinición de las prioridades en política económica». Según explicó, «si durante décadas se divinizaron o sacralizaron algunos indicadores económicos, ahora se ha visto que los objetivos de política económica son instrumentales, y es así porque temas que hasta hace medio año parecían prioridades básicas, como la lucha contra la inflación y la estabilidad presupuestaria, ahora se han relajado».