El trabajo de inmigrantes en el campo mallorquín ya no es ninguna
novedad. La seguridad de un salario, de unos horarios y de unas
libranzas en los hoteles o en la construcción ha provocado durante
las últimas décadas el abandono de las fincas y el envejecimiento
de la población campesina. El vacío creado lo han llenado, en buena
parte, los inmigrantes. Guillem Llull, de la finca manacorina de
Son Boga, hace dos años que tramitó ante la Delegación del Gobierno
la llegada de marroquíes para trabajar las 18 cuarteadas que dedica
a tomates, melones, sandías, coles, espinacas y otras hortalizas.
Guillem Llull todavía espera.
Ante esta exasperante lentitud de la Administración central,
problema compartido por otros propietarios, Unió de Pagesos de
Mallorca aprovechó la experiencia similar de Cataluña para traer
inmigrantes colombianos a partir de una selección en su mismo país
de origen. El pasado 19 de abril llegaron a Mallorca 50 payeses
colombianos. En Son Boga trabajan tres. Jeinilser Correa, 24 años,
casado, un hijo; Libardo Escobar, 32 años, casado, 2 hijos; y Àngel
Júver, 41 años, casado, 4 hijos, han dejado Colombia para trabajar
en el campo manacorí durante 9 meses. Son de Barcelona Quindín, una
población del centro del país muy castigada por el terremoto que
tuvo lugar hace 3 años. Desde entonces, explican, «hemos pasado
muchas dificultades económicas. Allí hay poco trabajo y el que
puedes encontrar está muy mal pagado».
Se han adaptado bien al clima y a la comida, pero no consumen
mucha carne. Lo que más les ha costado es hacer trabajo agachados:
«En Colombia recogemos plátanos, café o yuca, y no hace falta
doblar la espalda. Aquí tenemos que hacerlo, pero no es un
problema, y queremos volver otro año».
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