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Diez de la noche del lunes 13 de mayo, la triunfomanía se apodera de los más atrevidos, que deciden pasar toda la noche a la intemperie en los exteriores del estadio de Son Moix, con un solo objetivo: ser los primeros en contemplar a sus ídolos mediáticos. A partir de esa hora, la masa de gente se iba ampliando poco a poco. La madrugada fue larga, pero fueron muchos los que aguantaron el frío nocturno y la incomodidad del terreno para poder disfrutar, con una vista inmejorable, del concierto más esperado de todos los tiempos.

A la salida del sol, los madrugadores se desplazaron hasta la zona en cuestión. La mañana fue dura, pero los fans aguantaron como campeones. La larga espera bien merecía la pena. Las dos colas, establecidas en el estadio para que el público entrara ordenadamente al recinto, fueron adquiriendo forma poco a poco. Debido al fin tanto de la jornada escolar como de la laboral, la tarde congregó mayor número de gente. Ni las altas temperaturas, ni el sol deslumbrante, ni el cansancio hicieron mella en los pacientes fans, equipados con toda clase de reservas.

A ritmo de frases vitoreadas por el público, y con una puntualidad de lujo, a las 18.30 se abrieron las puertas. Empujones, gritos de histeria, numerosas caídas y alguna que otra riña protagonizaron los momentos posteriores a esa apertura. Todos querían ser los primeros, aunque ello significara luchar con uñas y dientes para conseguirlo. La ley de la selva era la norma que reinaba entre el público asistente.