Hace días que hemos dejado atrás aquellas semanas primaverales alborotadas en las que el frío se alternaba con el viento y la humedad con la lluvia insistente. El cielo está azul como nunca y las golondrinas revolotean agitadas por toda la ciudad. Una eclosión de flores, de polen y de insectos se deja ver por doquier y, con estos elementos tan propios de la estación, aparecen también los turistas y los cuerpos al sol. Está claro que, quien más quien menos, estábamos ávidos de esos rayos que nos tuestan la piel y nos dan un tono favorecedor.
Jerseys y botas han dado paso a camisetas y falditas breves que arrastran tras de sí más de una mirada indiscreta. Son días para tenderse al aire libre y aprovechar el ratito del mediodía para leer, pasear o dejarse llevar por la más pura indolencia. Y así lo hacen no sólo los turistas, que tienen a mano las relajantes piscinas y jardines de los hoteles, sino también los palmesanos que, a falta de algo mejor, se acercan al Parc de la Mar para disfrutar de la tranquilidad, de un silencio relativo "los coches pasan a velocidades de vértigo ahí cerca" y la frescura que procuran el lago y el surtidor, además de las vistas a la zona más hermosa de Ciutat y al mar.
Es un pequeño paréntesis en la ajetreada vida diaria, un descanso de pocos minutos que sirve para broncearse en la medida de lo posible "en plena vía pública apenas se permite uno remangarse mangas y perneras o liberarse de la camisa, en el caso de los hombres", para leer ese libro al que podemos dedicarle poco tiempo, o, incluso, para hacer manitas con la pareja.
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