El rabino mallorquín Nissan ben Abraham nos condujo a Pedro Prieto
y a mí al Muro de las Lamentaciones para conmemorar el noveno día
del mes hebreo de Av. Es una fecha fatídica para el pueblo judío,
porque un nueve de Av (este año el 18 de julio) el rey babilónico
Nabucodonosor y sus tropas saquearon e incendiaron el primer
Templo, erigido durante el reinado de Salomón e inaugurado en el
año 957 antes de la era común (a. EC). Tras la destrucció del
Templo en el año 586 (a. EC), multitud de israelitas fueron
llevados cautivos a Babilonia. Más tarde, el rey persa Ciro II,
después de conquistar Babilonia, permitió a los israelitas regresar
a Jerusalén, donde construyeron el segundo Templo en el mismo lugar
en que se ubicaba el primero. El segundo Templo, mucho más modesto,
fue terminado en el año 515 a. EC. Nissan me hizo notar la
diferencia en las piedras de la muralla de Jerusalén, junto a la
puerta de Jaffa. Las que pertenecen a la poca del primer Templo son
pedruscos ciclópeos. Las del segundo Templo son más pequeñas y
mejor talladas. Finalmente, los musulmanes en el siglo VII
construyeron encima la muralla.
El emperador romano Tito destruyó el segundo Templo también un 9
de Av, después de haber sofocado la rebelión judía de Bar Cojvá.
Las fuerzas combatientes judías junto con miles de personas, entre
ellas mujeres y niños, se atrincheraron en la ciudad fortificada de
Betar, pero los romanos tras un duro asedio lograron capturar
Betar, quedando aniquilado el bastión espiritual y material de los
judíos. Después de la guerra de Bar Cojvá, en el año 132, los
romanos arrasaron la ciudad de Jerusalén y pasaron sobre ella los
arados. Del Templo sólo quedó el llamado Muro de las Lamentaciones.
Los gobernadores romanos se esforzaron por borrar cualquier
vestigio de soberanía judía sobre la tierra de Israel. Hasta le
cambiaron burlonamente el nombre por el de Palestina, aludiendo a
los filisteos (philistin), enemigos bíblicos de Israel que
habitaban en la franja costera y que en aquella época ya habían
desaparecido como pueblo. 'Palestino' era un mote romano para
injuriar a los judíos y luego fue utilizado por los musulmanes
también con este significado injurioso. Pero no satisfechos aún con
esto, los romanos dieron el nombre de Aelia Capitolina a la tierra
de Israel. Así se cumplió la profecía de Jeremías (26:18): «Sión
será un campo que se ara, Jerusalén se convertirá en un montón de
ruinas y el monte de la Casa, en un otero salvaje».
Igual que los romanos, el Wakf musulmán encargado del
mantenimiento de los lugares sagrados islámicos pretende borrar
también los vestigios arqueológicos que delatan la presencia judía
en el Monte del Templo, llamado ahora la Explanada de las
Mezquitas. El Jerusalem Post acusaba en su editorial al Gobierno de
no hacer nada por impedirlo. Desde la diáspora provocada por los
romanos hasta 1948, en que la ONU dio carta de legitimidad al
Estado de Israel, los judíos han sido apátridas dispersos por todo
el mundo, porque en ningún lugar fueron aceptados plenamente con su
identidad nacional judía. Siempre se ha procurado su asimilación.
Pero la asimilación es la muerte, la desaparición, del pueblo
judío. Sus sabios y sus rabinos son conscientes de ello. Por esto
toda la práctica religiosa judía está orientada a recordar la
identidad hebrea y el pacto que, a través de Moisés, los hebreos
sellaron con Dios. En cuanto han podido, los judíos han regresado
siempre a la tierra de Israel. Así lo hicieron el gerundense
Nahmanides, el cordobés Maimnides, el mallorquín Sim ben Semaj
Duran y otros muchos sabios medievales. Nunca dejó de haber judíos
allí.
Además de la destrucción de los dos templos y del comienzo del
exilio, el 9 de Av recuerda a la generación que no pudo entrar en
la Tierra Prometida, porque al escuchar el informe tendencioso y
desalentador de los observadores enviados por Moisés, «toda la
comunidad alzó la voz y se puso a gritar y la gente estuvo llorando
aquella noche» (N·meros 14:1). Los dirigentes decretaron el 9 de
Av que aquella generación infiel, que llegó a fabricar y adorar un
becerro de oro, no entraría en la tierra de Israel: «A vosotros que
llorasteis sin razón, os aseguro que tendréis motivo para llorar a
lo largo de vuestras generaciones». Curiosamente, todas las
desgracias que posteriormente han sufrido los judíos se enmarcan
entre el 17 de Tamuz y el 9 de Av. Una de ellas, que también se
conmemora, fue el decreto de expulsión de los judíos emitido por
los Reyes Católicos, que entró en vigor un 9 de Av. Otra, las
persecuciones que desembocaron en el estallido de la Primera Guerra
Mundial.
A diferencia de los cristianos, cuyo origen bíblico queda
mediatizado por los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las
Epístolas y determinados artículos de fe que los auténticos judíos
mesiánicos habrán considerado paganos, los judíos leen la Torá (la
Biblia) como nosotros la historia de Mallorca, nuestra historia.
Pasamos por los estrictos controles de seguridad que el terrorismo
musulmán ha obligado a colocar en todos los lugares críticos o
atractivos para cometer un atentado. Los judíos que han acudido a
sus rezos tienen el rostro sombrío. Algunos han llegado de muy
lejos y llevan muchas horas bajo un sol justiciero, sin haber
tomado alimento alguno, ni siquiera agua. Vinieron después de tres
semanas de duelo que comenzaron el 17 de Tamuz, habiendo cumplido
el precepto de no cortarse el pelo, ni afeitarse, ni
divertirse.
Y en los nueve últimos días no comieron carne ni bebieron vino,
porque la destrucción del Templo había impedido los sacrificios y
la ceremonia de verter vino sobre el altar. Solo se lavaron por
higiene, pero no tomaron baños de placer ni mantuvieron relaciones
sexuales. Nos causó impacto verlos concentrados en sus rezos y en
su aflicción. Algunos, a causa del ayuno total de sólidos y
líquidos, así como del largo viaje, se hallaban tumbados en el
suelo, extenuados, pero seguían leyendo o moviendo los labios
murmurando versículos bíblicos. La mayoría se mantiene de pie o se
sienta en bancos bajos y en el suelo en señal de duelo. Pedro
Prieto y yo somos los únicos que no cumplimos la prohibición
litúrgica de calzar zapatos o sandalias de cuero. Nissan saca de su
maletín unas cajitas con tiras de cuero. Se ata una en el brazo
izquierdo a la altura del corazón, y otra en lo alto de la frente,
en donde le nace el pelo.
Esas cajitas se llaman tefilón u oraciones, porque dentro llevan
fragmentos de la Torá escritos en pergamino. Nissan se había puesto
antes el talit o taled con flecos (tzitzit) en los bordes,
cumpliendo la orden de Dios dada a Moisés: «Diles a los hijos de
Israel que se hagan flecos en los bordes de sus mantos. Así, al
verlos, recordaréis y cumpliréis todos mis mandamientos». (Números
15:38). El mismo origen tiene el taled pequeño o talit katán, una
prenda con cuatro bordes que suele llevarse debajo de la camisa y
de la que cuelgan los tzitzit con borlas o nudos. Nissan me explica
que los hilos y los nudos de los flecos suman 613, que es el número
de preceptos de la Torá.
Nissan se dirige luego a una de las mesas para la lectura de la
Torá situadas en la explanada delante del Muro. Las mesas están
desnudas en señal de duelo, a diferencia de otras ocasiones en que
se cubren con un paño decorativo. Un oficiante llega con los rollos
de la Torá. Nissan y su grupo leen el Libro de las Lamentaciones
(Meguilat Eijá) y salmodian endechas o Kinot. En las bóvedas que
hay al lado izquierdo del Muro el espectáculo resulta
escalofriante. Los ancianos de venerables barbas canosas salmodian
cabeceando tristemente, rodeados por un enjambre de devotos. Se ha
retirado la cortina o Parojet que cubre el Arca Sagrada. La luz es
muy tenue y casi no se puede leer. A pesar de la multitud apiñada
en la gran sala de las bóvedas, todo el ambiente es sombrío y la
tristeza se apodera del cuerpo.
El cristianismo, durante el Viernes y el Sábado Santos,
conmemora la pasión y muerte de un hombre, condenado y ejecutado
por los romanos porque se había declarado rey de los judíos, y esto
era un acto de sedición. Aquí los judíos conmemoran la pasión y
muerte de millones de hombres, mujeres y niños condenados sin
juicio y asesinados en masa por la sola razón de ser judíos y
cumplir los preceptos de la Torá, como los cumplió aquel judío
crucificado, que los cristianos llamamos Salvador o Mesías. Una
buena reparación cristiana sería ayudar a los judíos a reconstruir
el Templo en el que rezó Jesús. Pero lamentablemente, el odio
cristiano al judío nubla la vista y el entendimiento. El padre Dr.
Attallah Hanna, portavoz oficial de la Iglesia ortodoxa en
Jerusalén, justificó recientemente, según fuentes árabes, los
asesinatos suicidas de los llamados mártires como medio «para
conseguir el objetivo de librarse de Israel» y expresa el apoyo
total de la Iglesia ortodoxa a esos actos terroristas. Menos mal
que Arinous I, patriarca griego de Jerusaln ha destituido
fulminantemente al padre Hanna, alegando que la Iglesia ortodoxa
«manifiesta su simpatía por las víctimas del terrorismo y la
violencia.
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