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Recién iniciadas las vacaciones de agosto, la organización terrorista ETA ha llevado de nuevo la muerte a las zonas turísticas. Es su cita criminal de todos los veranos. En esta ocasión, ha sido en Santa Pola (Alicante), con un balance provisional de dos muertos, entre ellos una niña, y numerosos heridos.

ETA sigue empeñada en llevar el terror a cualquier lugar del país, sin importarle quiénes son sus víctimas. Su barbarie no tiene límites. Con una frialdad sobrecogedora, que sólo puede provocar el rechazo más enérgico, ETA sigue colocando coches bomba para provocar muertes indiscriminadas. Han conseguido, una vez más, su objetivo más fácil: causar el dolor de familias inocentes que estaban agotando las últimas horas de un tranquilo domingo. Pero difícilmente conseguirán otro objetivo. Frente a ETA sólo hay una respuesta: la condena de todos los demócratas. Y la esperanza puesta en el trabajo de las fuerzas de seguridad para evitar nuevos atentados y la detención de los autores, directos e indirectos, de los asesinatos. Precisamente, hoy se ha dado a conocer la sentencia impuesta a dos terroristas culpables del atentado cometido en 1987 contra un autobús militar en Zaragoza, en el que murieron dos personas.

Ha sido necesario que transcurrieran quince años, pero al final la Justicia ha actuado con una sentencia contundente: 743 años de prisíón para cada uno de ellos, aunque únicamente podrán cumplir treinta años de cárcel. La Ley, que ellos vulneran con una saña rayana con la locura, también les protege y evita, como muchos desearían, que permanezcan para siempre entre barrotes.

También, tarde o temprano, los culpables del coche bomba de Santa Pola caerán en manos de la policía. Es cuestión de tiempo.