De un tiempo a esta parte, la preocupación por las alteraciones
del clima es asunto que está presente en casi todas las
conversaciones cotidianas. La posibilidad de que estemos, o no,
ante un cambio climático divide a los expertos y, como suele
ocurrir cuando la ciencia no tiene una explicación concreta que
dar, se multiplican las hipótesis. Existen datos objetivos que
permiten hablar de situaciones extremadas, aunque no del todo
excepcionales, que indican que «algo» podría estar cambiando.
Por otra parte, es preciso recordar que la información fiable y
estadística sobre fenómenos meteorológicos es relativamente
reciente ya que apenas cuenta con algo más de un siglo. Admitidas,
pues, las dificultades que entraña la cuestión, es preciso
enfrentarse a otro problema como es el de lo que se piensa hacer,
en el caso de que efectivamente el clima "distingamos siempre entre
clima y meteorología" esté cambiando. Ya que justo es reconocer que
el acopio de datos al respecto no corre parejo con la elaboración
de proyectos encaminados a controlar nuevas situaciones. No es
suficiente con intentar conocer el problema, el paso siguiente es
proponer los remedios. Algo que, por el momento, no se hace.
Pensemos en las recientes inundaciones habidas en Centroeuropa.
No es preciso ser un experto para entender que cuando se modifica
exageradamente el territorio, a base de urbanizar el suelo, se
impide el filtrado del agua a la tierra, lo que convierte en
probables las inundaciones debido a la peligrosa crecida de los
ríos. ¿Se va a hacer algo al respecto, se controlará más
eficazmente la presión humana sobre el terreno, se detendrá la
salvaje especulación? O se continuará perdiendo el tiempo en
bizantinas discusiones entre un poder político que al amparo del
dócil silencio de la ciencia oficial las ve venir, y un ecologismo
radical que hace su juego dramatizando la cuestión.
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