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Veinticinco años lleva «Excursions a Cabrera» organizando visitas al Parque Nacional de Cabrera. «Veinticinco años mostrando los encantos de una de las islas más bellas del Mediterráneo», destaca Jaume Serra, patrón del Debarivi. Son las nueve y media de la mañana y el barco parte puntualmente desde la Colònia de Sant Jordi con su cita diaria hacia Cabrera. Los afortunados han pagado veintiocho euros para esta travesía. En seguida, la expectación crece cuando el Debarivi rodea los islotes que preceden a la isla de Cabrera, mientras el castillo domina la entrada a la bahía, puesto de vigilancia en tiempos pasados. Finalmente, después de una hora de navegación, el barco atraca en el pequeño puerto.

Una pista nos conduce a las faldas del castillo y después de subir una estrecha escalinata accedemos a la sala del primer piso. «La torre principal otorga una panóramica impresionante de toda la bahía, desde la cual los vigías avisaban a Mallorca a través de un sistema de hogeras la llegada de barcos piratas procedentes del norte de Àfrica», comenta la bióloga Mercè Badeguer. Muchos de los visitantes, una vez saciado su interés cultural, se lanzan por la pista dirección a la playa para bañarse en las espectaculares aguas de Cabrera.

El museo, un almacén vinícola restaurado, pasa desapercibido y un solitario biólogo reconvertido en guía de un edificio fantasma enseña los entresijos del lugar. «Se divide en tres salas: la primera hace referencia a los intereses naturales del parque, la segunda se centra en los aspectos etnográficos y una tercera, situada en la parte superior, recoge los aspectos históricos más relevantes», comenta Jordi Balaguer.

A las dos y media los hambrientos exploradores que adquirieron un ticket de comida por seis euros más van a comer. Al mismo tiempo, algunas gaviotas se situaron en las inmediaciones de los barcos, como seguramente harán todos los días, conscientes del festín que iban a recibir. Así fue, la comida servida en una bandeja a bordo del Debarivi consistía en dos platos: el primero una serie de fritos fríos con una tacita de arroz y el segundo cinco lonchas de entremeses adornados con una gamba. Primero fueron miguitas de pan, después algun filete de salchichón o jamón york y finalmente los fritos, los que fueron a parar a las gaviotas que luchaban afanosamente por hacerse con los exquisitos bocados.

Después de una pequeña siesta, una estridente bocina marca la salida hacia la Cova Blava, «uno de los puntos principales de la visita», comenta Jaume Serra. Una pequeña travesía nos lleva hasta su interior y nadie se resiste a darse un baño en las aguas de color azul cobalto. Poco después, el Debarivi pone rumbo de vuelta hacia la Colònia de Sant Jordi.