Mostar amaneció ayer con una lluvia que no nos abandonó a lo largo del día. A las nueve menos cuarto de la mañana, el teniente Costa pasó por el hotel a recogernos. Le acompañaba el cabo Francisco Herrero, residente en Palma, con domicilio en Son Oliva, que va a ser padre a partir del 21 del próximo mes, fecha en que más o menos prevé estar de regreso a Mallorca. Media hora después, tras habernos tomado un café en el bar del destacamento militar con el comandante Leopoldo Genovés, quien nos ha planificado el trabajo semanal, cosa que le agradecemos, salimos en dos jeeps.
Nos dirigimos hacia un reasentamiento ubicado en la zona de Chaplina, al que denominan Klepci, donde en la noche anterior cuatro soldados mallorquines estuvieron de guardia hasta entrada la madrugada. Y es que, aparte de llevar comida y ropa a algunos de sus habitantes, es conveniente dejarse ver debido a que en días pasados se produjo un tiroteo del que salió muy mal parado el domicilio de Stana Bolianovich, quien milagrosamente salvó la vida por no encontrarse en casa, pues muchos de los impactos producidos por el arma de algún descerebrado terminaron incrustados en las paredes de su recibidor y comedor.
Se da la casualidad de que esta mujer, dos días antes de producirse este incidente, había enterrado a su marido en el pequeño cementerio, a la vera del camino. Antes nos hemos pasado por la casa del serbio Bogdan Brajasic, donde su mujer, Milenka, en lo que él nos cuenta las vicisitudes que han pasado tanto durante la guerra como en la posguerra, nos prepara una taza de café turco. Bogdan reconoce que en 1989, cuando Gorbachov arrió las banderas del Kremlin, si alguien le hubiera dicho lo que iba a pasar en un país llamado Yugoslavia, no se lo hubiera creído. Él ahora vive con la esperanza de que las cosas vayan mejorando.
Sin embargo, éstas no le terminan de ir todo lo bien que quisiera a pesar de que es uno de los pocos privilegiados al tener un trabajo que le permite una pequeña entrada de ingresos. Juan Tosina, sargento de la Sección Balear en cuyo vehículo hemos viajado hasta allí, nos explica que Doban viene a ser como el jefe de aquella pequeña comunidad de gente que perdió sus casas y que ahora, milagrosamente, ha recuperado parte de ellas. «Él se encarga de darnos el parte, de decir qué personas son las que tienen mayor número de necesidades. Nos fiamos de él porque todo el mundo de aquí lo hace».
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