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El atentado salvaje e inhumano que ha sufrido Bali pone de nuevo sobre el tapete la cuestión del terrorismo internacional y, por lo que se ve, la escasa incidencia de las acciones bélicas llevadas a cabo en Afganistán por los Estados Unidos y sus aliados para controlar y poner fin a tamaña barbarie. Es una evidencia, en la que todos parecen estar de acuerdo, que es preciso conseguir el máximo consenso internacional, pero no es menos cierto que es preciso que se afronten reformas de orden jurídico a las que deberían comprometerse las diferentes naciones. Ahora bien, no ha sido lo más apropiado para ello que EE UU haya impuesto severas condiciones para dar su apoyo a la creación del Tribunal Penal Internacional, excluyendo a sus ciudadanos y militares de su campo de actuación. Esto no hace sino establecer barreras insalvables para la existencia de unas leyes internacionales que permitan una lucha eficaz contra el terror.

Si bien es verdad que el atentado ha vuelto a poner en un brete a todas las empresas relacionadas con el sector turístico, que han visto como uno de sus destinos más solicitados se ha convertido en un lugar de alto riesgo, también es cierto que han quedado en evidencia las enormes carencias y la pobreza de un país que ni siquiera cuenta con instalaciones hospitalarias para hacer frente a situaciones mucho más leves dadas sus reducidas dimensiones, con lo que la catástrofe le ha desbordado completamente.

En el fondo, erradicar los integrismos requiere que se suavicen las enormes diferencias entre países ricos y pobres y, además, el acuerdo de la comunidad internacional. Lo que no puede acometerse porque no va a ayudar a resolver ningún problema de este orden, es un nuevo conflicto bélico, por mucho que Bush apunte desde hace ya meses a la cabeza de Irak.