La primera jornada del debate sobre el estado de la autonomía ha
tenido un sesgo de agradecer: el positivismo, la capacidad del
president Francesc Antich de plantear no sólo la gestión de su
equipo, sino también los retos del futuro en clave positiva y con
la mirada puesta en las metas que aún están por conseguirse. Una
visión que hoy deberán contestar o rebatir los otros partidos.
Pero de momento tenemos la visión de Antich, que destaca por el
entusiasmo por su proyecto y el deseo de hacerlo extensible a todas
las fuerzas políticas, reclamando un gran pacto que haga compatible
el crecimiento económico sostenible con el bienestar social y
elevadas cotas de autogobierno.
Un discurso bien trabajado, que trataba, por un lado, de
ilusionar, y por otro, de hacer compatibles los muchos y variados
objetivos de los distintos partidos que componen el Pacte de
Progrés.
El nuevo modelo de país que propone Antich tiene mucho de
necesario, en el sentido de que el empeño en crecer hasta el
infinito en términos de cantidad es un imposible en un territorio
como el nuestro, insular y muy limitado. Apostar por la calidad y
la diversificación, protegiendo el medio y ofreciendo nuevas y
atractivas propuestas a los turistas es, desde luego, pensar en
positivo. Pese a ello, hay que ser prudente. Las cifras optimistas
que Antich desgranó en el Parlament quedan todavía lejos de la
realidad cotidiana de miles de ciudadanos de Balears, que ven aún
muy escaso el apoyo institucional en ámbitos tan diversos como la
agricultura, la familia, la vejez, la sanidad o la educación.
Son muchos aún los retos que se presentan en esta sociedad.
Tantos que el gran pacto político, social y empresarial que ofrece
ahora para enderezar nuestra economía debería haberse conseguido
antes.
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