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San Sebastián se llenó anteayer de voces en favor del respeto a las libertades y de proclamas que exigían el pluralismo político y la libertad de conciencia. Cien mil personas, llegadas de diversos puntos del país, se reunieron en una masiva y pacífica manifestación para pedir que también en el País Vasco se respeten los derechos humanos.

Políticos, víctimas del terrorismo, vascos que se han visto obligados a salir de su tierra por sentirse amenazados de muerte y, sobre todo, muchos ciudadanos anónimos dijeron en voz alta que no son nacionalistas, algo que pone sobre la mesa la fractura social que vive Euskadi. No se puede echar en un mismo saco el nacionalismo de Ibarretxe con la sinrazón de los que dan su apoyo a ETA. Y, por desgracia, ésa es la sensación que puede transmitir una movilización como la del sábado. Aunque bien es cierto que la misma recoge el sentir de muchas personas que residen en el País Vasco y que quieren seguir con el mismo marco estatutario y constitucional. En el fondo, de lo que se trata es de la consecución de una convivencia pacífica y sin miedos que permita que los vascos, sin coacción alguna, puedan decidir su futuro.

Pero, por el momento, lo que tenemos en Euskadi es un empecinamiento en la radicalización de las posturas por parte de unos y de otros. Se echa en falta el consenso y el diálogo político entre los nacionalistas moderados y los partidos llamados constitucionalistas, PP y PSOE. Se debería abandonar el enfrentamiento permanente en el que vive sumido Euskadi. No debemos olvidar que el enemigo al que hay que hacer frente es el terrorismo y no los oponentes políticos. Si olvidamos esto, estamos abocados a seguir dividiendo permanentemente a los vascos.