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Es evidente que los tiempos han cambiado y, con ellos, la forma de ganarse la vida. Cuando antaño uno para ganarse el pan tenía que trabajar de sol a sol segando en el campo o quemándose los pulmones en una fábrica insana, hoy día hemos llegado a un nivel de opulencia tal que la gente puede vivir no sólo de sus manos, también de su arte, cosa impensable hace tan sólo 30 años. De este modo nos encontramos hordas de pintores, de músicos, artistas, y también disc-jockeys, pues nadie negará hoy día que el pinchar discos es un arte.

Pero no siempre ha sido así. Los comienzos de este movimiento fueron mucho más tortuosos de lo que se piensa. La transformación de la figura del disc-jockey de mero pinchadiscos a auténtico líder de masas capaz de levantar pasiones fue en la capital de la música disco: Nueva York, centro urbano foco de creatividad musical. El cruce entre esta sensibilidad musical y la cultura underground afroamericana y latina forma el núcleo de la cultura dance contemporánea, provocando que emergieran las legendarias discotecas: The Santuary, The Loft, Better Days y Paradise Garage, núcleos el los que se gestó la figura del DJ tal y como la conocemos hoy día.

Antes de la eclosión del fenómeno DJ las discotecas eran consideradas como lugares elegantes donde la jet-set podía tomar una copa, pero a principio de los setenta esta visión elitista cambió cuando las discotecas absorbieron los cambios que estaban transformando a la sociedad. Los jóvenes dancers y otros miembros de minorías marginadas, como los hippies, los afroamericanos, los latinos, poetas combativos, músicos y actores comenzaron a hacerse oír.

Este grupo de gente tan heterogéneo frecuentaban bares o clubes clandestinos, provocando frecuentes motines fuertemente reprimidos por la policía. Los dancers combatieron unidos y con éxito el acoso policial, hasta el punto tal que muchos chicos comenzaron a ver en el dance no sólo un pasatiempo, sino un poderoso medio para crear conciencia de grupo. El primer local urbano que convirtió a las discotecas en lugares notorios, a la vez prohibidos y atractivos, fue The Santuary, situado en Manhattan, en la calle 43. Este lugar fue el modelo de otras discotecas y la cuna del primer disc-jockey.