La sala de actos del Centre Cultural Sa Nostra se llenó ayer de
cabezas canas, de abrazos, besos y el reencuentro con el pasado
lleno de caras conocidas y nombres casi olvidados. La convocatoria
era para homenajear a la desaparecida Francesca Bosch, fallecida en
1992, la dona valenta que en los oscuros tiempos de la
clandestinidad política y los temores supo tomar las riendas del
Partido Comunista de les Illes y animar a todos a salir del
agujero; pero hubo algo más, porque ayer también se habló de la
gente anónima, la base, que hizo posible el cambio.
Francisca Mas, directora del Institut de la Dona, tuvo un
emocionado recuerdo de la Bosch, a quien en su adolescencia conoció
y admiró. Anunció el libro que aparecerá por Navidad, que fue una
idea del escritor Antoni Serra, quien se declaró un rendido
enamorado político de la homenajeada desde el primer momento que la
conoció, en las reuniones clandestinas en casa de Francesca Bosch,
entre los del PSUC y los militantes del Partido Comunista, que de
tan clandestinos permanecían escondidos y nadie sabía cómo
contactar con ellos, «hasta que un día vino a mi casa Ginés
Quiñonero y me dijo: soy del Partido Comunista».
En esos encuentros políticos, conocer a una mujer como ella, «en
una Mallorca patética dominada por los falangistas, una sociedad
heredera del NO-DO», fue cuando la personalidad política de Bosch
le dejó una huella imborrable. El escritor terminó su intervención
recriminando la «poca sensibilidad de los historiadores a la hora
de recoger la lucha de aquellos años», aunque recalcó la excepción
de David Ginard.
Emilio Alonso se preguntaba qué hacía allí, como integrante de
la mesa redonda, «cuando nunca he sido comunista», y señaló que
había conocido a Francesca únicamente como líder política y la
describió como una mujer que inspiraba confianza y tranquilidad,
haciendo gala de «un realismo político extraordinario, frente a
otros radicales que querían salir al balcón y proclamar la
República». Alonso recordó la noche electoral de junio del 77, en
la que el PSOE compartía sede con el PCE para el recuento de los
votos: «Un recuerdo agridulce por la alegría de nuestros resultados
y la tristeza porque con los comunistas la historia no estaba
siendo justa».
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