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Estamos ante el vigesimocuarto aniversario de la Constitución española de 1978, lo que significa que en el plazo de un año, nuestra Carta Magna habrá entrado de lleno en la madurez. Es casi un cuarto de siglo de democracia, sistema político que los jóvenes de este país dan por sentado y que ya solamente algunos trasnochados pueden poner en duda.

Así las cosas, hay que saber mirar la Constitución con serenidad, con la tranquilidad de saber que ha sido útil, necesaria y de resultados más que satisfactorios para el conjunto de la sociedad, dado que fue redactada con un amplísimo espíritu de consenso que quizá nuestro país nunca vuelva a ver.

Pese a todo, el mundo va cambiando; la sociedad misma evoluciona cada vez con mayor rapidez y lo que hace un cuarto de siglo nos parecía pura vanguardia resulta hoy anticuado. Por eso, hay que perder el miedo a la revisión en positivo del texto constitucional. La integración en una Europa unida, el fenómeno de la inmigración, los increíbles avances tecnológicos y el amplio desarrollo del sistema de las autonumías han abierto nuevas puertas al futuro y al diseño de la sociedad española de los próximos años.

La Constitución, de hecho, no es más que el marco jurídico de convivencia de un pueblo y como tal puede y debe ser interpretado, desarrollado o, en un momento dado, modificado, ante las exigencias de una sociedad que evoluciona y siempre que se genere el mismo espíritu de consenso que se dio en su nacimiento. De ahí que quienes defienden su inmovilidad esté, en realidad, coartando su posible evolución, al compás del progreso de nuestro país, ahora fundamentado en un Estado de las autonomías que cada vez reclaman un papel más relevante.