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Hace unas semanas tuvo lugar en Nueva York, en la Sala Sotheby's, una subasta de unas 250 obras en la que se ofrecían trabajos de artistas famosos como Albers, Jesús Rafael Soto, Robert Motherwell, Jean Dubuffet, Roy Lichtenstein, Calder, Frank Stela y nuestra compatriota Susana Solano, junto a obras de autores para mí desconocidos y creo que también para el gran público, como son: Meyer Vaisman, Deborah Butterfield, Nan Goldin, Saul Steinberg, Wayne Thiebaud, Mel Ramos, Chuck Close, entre otros muchos.

Hace unos años presencié una subasta de parecidas características en Nueva York. Me quedé sorprendido al comprobar cómo obras de artistas para mí casi desconocidos, piezas además de difícil catalogación, alcanzaban precios muy elevados. Comenté el hecho con la mallorquina Rosario Nadal, en la actualidad entregada al mundo del arte como «free lance», la cual me dio la siguiente explicación: «A la sombra de Bill Gates han surgido una cantidad de jóvenes millonarios a los que no les interesan los nombres conocidos, ya que han creado sus propios artistas. Son estos jóvenes ejecutivos que pujan por obras que en principio para ti tienen un escaso interés». En la reciente subasta, artistas de gran renombre como Motherwell, del que subastaban dos magníficas obras, se quedaron sin vender; lo mismo sucedió con una escultura de Calder, «Cheval 2», que no mereció el interés de ningún comprador. Otros creadores de gran renombre alcanzaron precios muy por debajo de su actual valoración, como por ejemplo Soto, cuya magnífica obra fue vendida por sólo 29.000 dólares. Asimismo la escultura de Susana Solano «La Caritat nº 5», de casi dos metros de altura, se vendió por 20.000 dólares.

Entre los pintores que podemos decir clásicos debemos señalar ante todo a Jean Dubuffet, por cuyo lienzo «Barbu Hirsute», una obra dura y de unos colores desagradables, se pagaron 603.000 dólares, o sea, más de 120 millones de pesetas con impuestos. Se trata de un cuadro del que creo que no resistirían su visión mucho tiempo la mayoría de nuestros lectores.

Entre los autores que yo podía señalar casi desconocidos, o por lo menos poco populares, podría citar a Brice Marden, por cuya obra, con una única tonalidad en negro, se abonaron 130.000 dólares (26 millones de pesetas). Por la obra de Richard Tuttle, una tela del revés sin ningún color ni dibujo, se pagaron 75.000 dólares (15 millones de pesetas); la de Joe Andoe, una tela totalmente en blanco con seis puntos negros, se vendió por 10.000 dólares; la de Edward Ruscha por 229.000 dólares (50 millones de pesetas); la de Wayne Thiebaud, un pequeño pastel, alcanzó la cifra de 350.000 dólares (70 millones de pesetas); y, para terminar, la de Damien Hirst se vendió por 300.000 dólares (60 millones de pesetas).

Ante estos hechos uno no puede dejar de pensar que el mundo de las subastas se encuentra en un momento de indecisión y de continuas sorpresas. En las cotizaciones sólo se salvan los grandes maestros del siglo XX: Picasso, siempre en primer lugar, Dubuffet, Miró, Kandinsky, Klee, Bacon... o sea, los grandes creadores del siglo pasado. En las circunstancias actuales es muy difícil saber si en el siglo XXI habrá nombres de la categoría artística de los ya citados, que fueron las grandes estrellas del siglo XX.

Lo que sí es cierto es que resulta muy difícil aconsejar lo que se debe comprar en este tipo de subastas. Sólo existe un camino: apostar por las grandes firmas de los grandes creadores.

(*) Presidente del Grup Serra