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En Palma existe una calle de triste y evocador recuerdo marinero, denominada Port de Cariño, ahora de actualidad tras la catástrofe del petrolero Prestige y la marea negra. Una antigua y apartada aldea pesquera del norte de Galicia, rodeada por agrestes acantilados y frondosos bosques, al resguardo de un Atlántico embravecido. Allí, entre los más viejos del lugar aún se recuerda un naufragio que empañó la memoria de la más emblemática naviera balear, la Isleña Marítima.

La víctima del litoral más temido entre los navegantes, la célebre Costa da Morte, fue el vapor Miramar, uno de aquellos «Cisnes del Mediterráneo» que fueron el orgullo de las comunicaciones marítimas insulares. Por causa de la I Guerra Mundial, el barco mallorquín abandonó las líneas del Archipiélago y fue destinado de forma eventual al transporte de carbón. Una actividad ajena a su carácter original ideado para el transporte de pasajeros, que determinaría su prematuro final en la funesta madrugada del día 9 de enero de 1918.

Pese al tiempo transcurrido desde entonces, la memoria de aquel derrelicto que se saldó con la vida de diez náufragos, aún permanece indemne en el lugar. De camino al siniestro cabo Ortegal y ante la vista de los Aguillones, unas oscuras y grandes rocas puntiagudas, encontramos una cabaña de madera que, a modo de taberna forestal, conserva las fotos del barco en majestuosa navegación y también varado sobre los roquedos junto a la efigie de su capitán, Jorge Bennàssar, fallecido en el naufragio.

Desde este punto parte un sendero que conduce a la capilla de San Xiao. Allí se encuentra una imagen de la Verge de Lluc traída desde Mallorca en recuerdo a los desventurados marinos mallorquines. De vuelta al pueblo, el cura nos asegura que en lo alto del campanario de la parroquia se conserva la campana del barco, que nadie ha vuelto a ver al encontrarse ubicada en un lugar de peligroso acceso. Pero su tañido sigue sonando en los oficios, como antaño lo hacía sobre la proa, a modo de fantasmal y trágico recuerdo.

EMiramar fue el primer buque entregado a la Isleña Marítima de nueva construcción, realizada en los afamados astilleros italianos Odero de Génova en 1904. Con 81,7 metros de eslora por 11,7 de manga, desplazaba 1.750 toneladas y disponía de alojamientos para 64 pasajeros en elegante primera clase y 62 en segunda. En su debut como buque insignia de la flota balear, -al mando del prestigioso capitán Joan Singala, decano de la naviera-, destacó el encuentro que mantuvo en aguas de Mallorca con el yate reaGiralda, con motivo de la visita que realizó el rey Alfonso XIII a las cuevas de Artà y a las bahías de Alcúdia y Pollença.

Gabriel Alomar