Sin duda los pájaros que conviven con nosotros tienen una visión
de Palma bien distinta a la nuestra, acostumbrados a verlo todo a
ras de suelo. Sólo las aves y algunos privilegiados tienen la
oportunidad de contemplar calles, plazas y edificios desde una
perspectiva única, difícil de olvidar, que nos daría una imagen
global y, a buen seguro, distinta de la que tenemos de nuestra
Ciutat.
Quizá lo primero que llama la atención de esta vista es lo
abigarrada que es la ciudad: un puzzle apretado de edificios
desiguales, producto de su origen milenario y de las sucesivas
influencias -romanas, árabes, góticas...- que la han configurado.
Después destaca su color: el color del marés, de la tierra clara,
de la arena. Porque la condición que más define a Palma es su
ausencia de verde: es una urbe seca, especialmente en invierno,
cuando los escasos árboles del centro han perdido sus hojas.
Como oasis de paz vemos los jardines del Obispado, verdadero
remanso mediterráneo de palmeras y cipreses, los hermosos pinos de
los jardines de Sant Elm, las esbeltas palmeras del Passeig Segrera
y el pequeño jardín de la plaza de la Reina. El resto, monocolor,
nos da la imagen de un lugar antiguo donde se vive de puertas para
adentro.A.M.
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