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Cumplimos este año el 25 aniversario de la Constitución de 1978 y en Balears el 20 aniversario de la aprobación del Estatut d'Autonomia. Dos efemérides que vienen de la mano, si tenemos en cuenta que la Carta Magna que selló la transición española hacia la democracia abrió las puertas al proceso autonómico que ahora está culminando, un cuarto de siglo después, con la transferencia de más competencias.

Y es ahora cuando el presidente Aznar sorprende al afimar que éste es el momento para reforzar el Estado, garantizando la estabilidad y la cohesión entre todos los españoles, en su discurso con motivo de la toma de posesión de Romay Beccaría como nuevo presidente del Consejo de Estado. Una clara llamada de atención a cualquier indicio soberanista, separatista o independentista que pueda producirse y para quienes exigen la representación autonómica en los foros europeos de decisión.

Una idea que quizá saque ahora a colación por las críticas recibidas tras el desastre del «Prestige» en el sentido de que, en las primeras horas de la crisis, el Estado pareció desentenderse del asunto al tener la Comunidad Autónoma gallega las competencias en materia de medio ambiente, lo que llevó a reclamar mayor presencia del Estado en cuestiones de importancia como aquélla.

En la crisis del «Prestige» lo que se evidenció no fue la debilidad o la fortaleza del Estado, sino la escasa eficacia en la gestión de los muchísimos recursos en manos del Gobierno. Así las cosas, desde las autonomías la llamada al fortalecimiento del Estado suena más como una amenaza con tintes de sarcasmo. Máxime si recordamos que históricamente desde ese Estado fuerte -¿todavía más fuerte?- que reclama Aznar no se han entendido los problemas de Balears y se ha intentado torpedar las decisiones del Parlament balear.