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No parece en absoluto elegido al azar el momento en el que Chirac y Schröder han presentado su plan de acuerdo sobre las futuras instituciones europeas, puesto que en realidad se trata de una adopción de posturas que va bastante más allá de lo meramente institucional. La aproximación francoalemana se produce ante la inminencia de un conflicto con Irak que no permitirá tibiezas, ni actitudes ambiguas. Y esa será la auténtica cuestión de fondo, la inmediata, ya que sobre lo otro, presidencia y dirección europea, habrá tiempo para debatir en el futuro. La «entente» entre Francia y Alemania y su relativo distanciamiento del belicismo a ultranza que inspira a los Estados Unidos va a marcar en buena medida la política europea venidera, en el sentido de que los países con más peso dentro de la UE se van a ver forzados a dejar las cosas muy claras. Por un lado nos encontramos a franceses y alemanes decididos a erigirse en columna vertebral de una Europa con criterio propio, más allá de las naturales alianzas con Washington. Por su parte, un Reino Unido que está y no está en la Unión Europea -no ha suscrito acuerdos tan importantes como el de Schengen y tampoco se ha plegado a la implantación del euro- es en estos momentos el más fiel e incondicional aliado de la peligrosa política de Bush. Más cerca de esta segunda «alianza» se encuentran países como España, en donde Aznar se halla firmemente dispuesto a secundar la política del presidente norteamericano aun corriendo el riesgo de que éste le arrastre a sus peligrosas aventuras. Y en este sentido nadie puede dejar de considerar que la decisión española de «alejarse» de Europa y su eje franco-alemán, y formar equipo con Norteamérica, entraña una especie de hipoteca de porvenir que a la larga se puede llegar a pagar muy cara.