05/02/03 0:00
En la mañana de ayer murió Hasso. La última vez que le vi fue hace medio año. Estaba -vivía, mejor- en la sexta planta de la clínica Rotger, rodeado de velas que de vez en cuando mandaba encender, y acompañado por la servicial y discreta Astrid García Prieto, su sexta mujer, a la que repudió porque, según pregonó por activa y por pasiva, se había hecho mayor, y él quería una esposa joven, de no más de 30 años. Pero, lo que son las cosas, ella, que salió de puntillas de la vida, y de la casa mallorquina de Hasso para instalarse en la que éste poseía en Andorra, es la que ha estado a su lado, cuidándole y acompañándole, hasta el final de sus días. ¡Y miren que tuvo mujeres a lo largo de su vida, eh!
Que se sepa, seis -que le dieron tres hijos; desheredó a los dos mayores mientras que por el pequeño mantuvo una encarnizada batalla judicial con la madre de éste- más dos docenas de aspirantes a casarse con él a raíz de que insertara un anuncio en eBild en el que escribió que buscaba esposa, algunas de las cuales, ocho o diez, por lo menos, las trajo a Mallorca a fin de «conocernos mejor», según dijo cada vez que nos presentaba a una diferente, cosa que solía ocurrir cada quince días. Mas al final, como decimos, la que se quedó con él era la suya, la colombiana Astrid García Prieto, con la que se había casado años atrás en Las Vegas. Fue una boda millonaria... en dólares, pues entre la fiesta y lo que tuvo que pagar por trasladar a sus invitados hasta allí, le salió por un ojo de la cara, aunque para él -como solía decir- ese desembolso le quitó el sueño tanto como cuando se compraba una bolsa de cacahuetes.
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