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Desde las ocho de la mañana de ayer hasta bien entrada la noche, Astrid García Prieto permaneció junto al féretro de su marido, instalado en la capilla de Bon Sosec, hasta donde llegaron los amigos a darle el pésame. Astrid, con una desganada y tímida sonrisa a ratos, seria y compungida en otros ratos, atendía como buenamente podía a quienes se acercaban a darle sus condolencias. Vestía como siempre, muy discreta. Puede que su pelo estuviera más corto que la última vez que la vi. «Se fue ayer por la mañana -nos dijo, señalando a Hasso, amortajado en una caja marrón, de las más caras, instalada en el interior de un paralelepípedo de metacrilato limitado en sus extremos por cirios encendidos-. Estaba tranquilo y se fue poco a poco. ¿Que qué me dijo? Fueron cosas tan bonitas que me las guardo para mí».

Hasso, cuyo nombre de guerra era el de ¡Astrid!, pues sin ella estaba perdido, reconoció en la recta final de su vida el valor de esta pequeña mujer, que tuvo a su lado hasta su último aliento, con la que se había casado hace 11 años, en Las Vegas, tras dos años de noviazgo. «Yo me acerqué a Hasso para pedirle trabajo -recuerda Astrid- y el me encargó el cuidado del hijo de su penúltima mujer, al que reconoció como suyo. Luego empezó a cortejarme y dos años después nos casamos». Hace otros dos, Hasso, excéntrico, personal e instrasferible, la apartó de su lado. Había cumplido 30 años y para él, como dijo y repitió hasta la saciedad, una mujer a esa edad es vieja. De ahí que, a través de un anuncio que insertó en el «Bild», organizó una especie de concurso. «Como le conozco -dice Astrid-, me fui a la casa que tenemos en Andorra, dejándole solo. Que se divierta -me dije-, pues Hasso era así. A pesar de que me dijo que se iba a divorciar de mí, yo sabía que no lo haría, que tarde o temprano se cansaría de esa especie de juego, y así fue. Cuando sucedió, me llamó, y desde entonces no quiso que me separara de él -vuelve a mirar hacia el féretro con ternura-. Se ha ido un gran hombre. Tenía sus rarezas, pero dudo que nazca otro como él. Si volviera a vivir, habiendo pasado lo que he pasado, querría volver a estar con él». El entierro se celebrará hoy. «Su voluntad es que no le incineremos, sino que lo enterremos bajo tierra en un lugar con buena vista, pues, según dijo, de muerto quiere seguir vigilando sus negocios. Por eso, a partir de mañana nos pondremos a buscar ese lugar que ha pedido, dejándole hasta entonces aquí, en Bon Sosec».

Interrumpimos la conversación en varias ocasiones a causa de que la gente viene a darle el pésame, entre otros, abogados, banqueros, amigos leales y una de sus ex, que permenece allí unos diez minutos...

Aunque ella es su viuda legal, no sabe -o si lo sabe no quiere decirlo- quién dirigirá a partir de hoy el negocio derent a car, ni qué línea seguirá éste. «A través de los abogados, tendremos que ver cómo están las cosas, luego... Pues ya veremos. Ahora eso es lo que menos me importa».

Pedro Prieto