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La sorprendente decisión de Francia, Bélgica y Alemania -al parecer con el apoyo tácito de Rusia, que se ha posicionado en contra de la contundencia de las pruebas presentadas por Colin Powell- de vetar el plan de la OTAN para proteger Turquía -único país musulmán miembro de la Alianza- en caso de guerra contra Irak ha dado una nueva vuelta de tuerca al conflicto. Si ya quedó demostrada en días pasados la escisión entre los antiguos aliados de la guerra del Golfo, esta nueva decisión europea incide todavía más en la ruptura entre los intereses que defienden Estados Unidos con algunos socios europeos y la de países como Francia y Alemania, partidarios de que los inspectores de la ONU prosigan con más tranquilidad con sus averiguaciones in situ.

Turquía, que había invocado el artículo IV del Tratado del Atlántico Norte al que puede recurrir cualquier miembro de la OTAN que se sienta amenazado, verá ahora cómo se invalidan, de momento, los planes para protegerle de un hipotético ataque de su vecino iraquí.

La situación es seria y así lo han advertido los responsables de la Alianza, que se han apresurado a aclarar que no se trata de participar en dicha guerra -aún virtual-, sino de establecer las defensas que Turquía, como socio, requiere.

El momento es tan explosivo que la Unión Europea ha convocado de urgencia una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno para el próximo lunes con tal de analizar las posturas divergentes de los distintos países miembros. En dicha reunión se constatará que, a pesar de todo, los europeos están de acuerdo en asuntos clave de este conflicto: la necesidad de desarmar a Irak, la imprescindible mediación de las Naciones Unidas y la valiosa labor de los inspectores.