Mientras se prepara en todo el mundo «la madre de todas las
manifestaciones» contra, los analistas políticos se afanan por
dilucidar qué motivaciones más o menos ocultas pueden mover al
presidente del Gobierno español, José María Aznar, en su tajante e
inamovible apoyo a los planes estadounidenses. Cuando casi todo el
mundo parece de acuerdo en que, ahora mismo, Irak no supone ninguna
amenaza inminente para la paz mundial y cuando se presentan dudas
razonables sobre las tenebrosas consecuencias que la guerra podría
conllevar en caso de no ser tan breve y «limpia» como se anuncia,
nuestro país vive en la paradoja de tener a la población
masivamente en contra de la guerra y a su Gobierno decididamente a
favor.
Pero es que, según han aventurado algunos analistas, Aznar tiene
poderosas razones para pasear del brazo del polémico George Bush.
Primero, porque desde Washington le han prometido ayuda en la lucha
contra el terrorismo. Segundo, porque Bush le habría asegurado su
apoyo a la hora de entrar a formar parte del selecto grupo del G-8,
donde están representadas las naciones más ricas, poderosas e
industrializadas del mundo. Tercero, porque desde EEUU y su fuerte
posición en la ONU se echaría una mano a España en su difícil
relación con Marruecos, que pretende anexionarse Ceuta y Melilla.
Y, cuarto, porque Aznar aspira a colocar a nuestro país en la línea
de salida de las potencias europeas, a lo que tendría derecho por
extensión y población, pero que aún está lejos de conseguir.
Todas esas aspiraciones son legítimas, pero Aznar debe
reflexionar si la ciudadanía está dispuesta a pagar el precio de
una guerra, con miles de víctimas, por conseguir estos objetivos.
Es preferible ser menos importante en el mundo a ser cómplice en
una guerra cuya justificación está por demostrar.
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