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No hay nada que produzca tanto una sensación de soledad como una estación de tren vacía o el apeadero entre poblaciones. Y no hacemos referencia a los inmensos parajes de Siberia ni a las montañosas zonas de los Cárpatos, sino al corto trayecto ferroviario entre Palma y Lloseta, poco más de 20 kilómetros de soledad.

No puede decirse que sea abandono lo que padecen las estaciones y los apeaderos entre estos dos puntos, sino de rendición. Se ha intentado dotarla de diversos servicios de atención a los usuarios, pero estos han ido fracasando sin remedio, y la consecuencia es el aspecto de deterioro generalizado, exceptuando la estación de Palma, que recibe continua atención, y la de Lloseta, que podría ponerse como ejemplo de lo que los usuarios desean encontrar.

En todas las demás estaciones y apeaderos, la sensación de abandono es el común denominador, con pintadas, destrozos, pequeños incendios provocados para dañar las instalaciones, con el supuesto único fin de dañar el bien común sin obtener un beneficio tangible.En la estación de es Figueral de Marratxí se observan destrozos en uno de los bancos situados bajo la marquesina en la banda ascendente hacia Inca. Por supuesto, el teléfono público destrozado, como ocurre en las demás estaciones y apeaderos, a excepción de Lloseta, que sí funciona. En Santa Maria, el viejo reloj del antiguo edificio aparece con las agujas retorcidas. El teléfono público ha sufrido las consecuencias del fuego y uno de los indicadores de población ha sido arrancado de la cubierta de la marquesina.

En la estación de Consell y Alaró, unos grandes y poco artísticos graffittis adornan la pared del cobertizo. Han sido arrancadas las letras de los indicadores de población y ha sido quemado el panel de información de horarios. Hace años se intentó hacer funcionar el viejo edificio como bar, entre otras razones para conservar mejor el edificio y que los pasajeros pudieran gozar de mayor atención, pero la baja rentabilidad del negocio hizo desistir en el empeño.

Lloseta, en cambio, pasa con nota muy alta el examen. El edificio está muy bien conservado y sigue operativo como sala de espera. El entorno es un cuidado jardín con parterres y bien iluminado, y con una limpieza general bastante aceptable. Contrariamente a lo que ocurre con las demás, el teléfono público funciona y la columna que lo soporta no presenta signos externos del ataque de los gamberros. Existe un servicio de WC para señoras y caballeros en el que hay agua corriente para lavarse las manos y hasta papel para secarlas, lo que se considera el no va más, si se compara con las anteriores estaciones citadas, cuyos viejos edificios se utilizan como espacios sociales y culturales, al margen del servicio ferroviario, como es el caso de Santa Maria o es Figueral. Parece difícil presentar batalla efectiva contra esos dañinos desaprensivos, pues ello requiere poner un servicio permanente de vigilancia en cada una de las estaciones, como sí lo había antiguamente cuando el tren estaba en pleno apogeo y todavía no se habían inventado los botes de pintura con aerosol, pero en esta época de «renacimiento» del ferrocarril cabe esperar mayor atención.

Pep Roig (texto y fotos)