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Ibrahim tiene problemas. Nadie le quiere. Según nos cuenta Jaume Santandreu, padece esquizofrenia, y mientras se decide su futuro, vive en Can Gazà. He ido a Can Gazà con Ana Rodríguez, de la Plataforma Antiviolencia de la Platja de Palma, y su hija. Querían hacer otra aportación a Jaume Santandreu, a quien admiran por lo que está haciendo en favor del desasistido.

«Vivía en la calle hasta que llegó aquí», nos dice el cura. «Según los médicos, Ibrahim precisa de un tiempo de internamiento en un hospital. Lo han llevado a Son Dureta en tres ocasiones y en una a la clínica mental, desde donde le derivaron al anterior establecimiento, desde donde a su vez nos lo mandaron aquí, a Can Gazà, diciéndonos que no encuentran un tratamiento adecuado y que aquí estará más tranquilo que en ningún otro lugar. Ante esta situación, como no tenemos medios, ni dinero, informamos a la policía, que se lo llevó de nuevo a Son Dureta, desde donde ha vuelto. Y aquí sigue, entreteniéndose en el huerto. Ahora dice -apostilla Jaume- que está embarazado de dos años». Por lo demás, les cuento que esa esquizofrenia que padece Ibrahim puede haber derivado de la vida nada fácil que ha llevado hasta ahora.

Cuenta que nació en un pueblo de Sierra Leona llamado Kono, a no mucha distancia de la capital. Cuando estalló la revuelta de hace cinco años, en una de las incursiones que hicieron los rebeldes atacaron su aldea matando a mucha gente. «Yo estaba en el campo, lejos de casa -recuerda Ibrahim-. Cuando me avisaron del ataque dejé lo que estaba haciendo y fui a mi casa, donde me encontré a mi padre y a mi madre en el suelo, en un charco de sangre, muertos. Sin tiempo para nada, pues los rebeldes seguían por los alrededores, y como nada podía hacer allí, sin pensármelo más, tal como iba, pantalón corto y zapatillas, me puse a correr y, sin apenas pararme, llegué hasta el puerto de Freetown. Como pude me metí de polizón en un barco que navegó hasta Las Palmas».

Una vez en tierra, se buscó la vida como pudo y supo, cosa que para una persona asustada y que además desconoce la lengua no es sencillo. Un día le pillaron con un kilo cuatrocientos gramos de hachís, y como no quiso delatar a la persona que se lo había entregado, fue arrestado. «La Guardia Civil me entregó a la Policía Nacional y ésta me metió en el calabozo, desde donde me llevaron ante el juez, que me condenó a dos años de cárcel que pasé en tres sitios: Las palmas, Soto del Real y Cáceres».

Cuando recobró la libertad, estando en Valencia, alguien le propuso ir a Ibiza, donde se enroló como peón en la construcción. Recuerda que trabajó en obras de Matutes. Sumergido en la noche, se hizo gogó de una discoteca, y un día se tomó algo que no le sentó bien.... «y terminé en Palma», donde no ha hecho más que ir de un lado para otro, «aunque yo donde me siento bien es aquí». Reconoce que, efectivamente, está embarazado de dos años, y que «ha sido Dios quien lo ha hecho a través de una mujer mala», a la que califica de un «demonio». Y de ahí no le sacamos.

Pedro Prieto