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Teresa (13 años) y Alba (8 años) tienen cuatro hermanos, cada uno de un padre diferente. Con su madre Yasmina, retrasada mental, vivían en San Isidro, un barrio marginal de Managua, dormían sobre el suelo, rodeadas de ratas y chinches. Las dos fueron agredidas por los compañeros de su madre en repetidas ocasiones.

Gemma (11 años), Amelia (8 años) y Heisel (13 años) tienen 6 hermanos. El primero nació cuando su madre, Marta, tenía 13 años. Ahora tiene 26. Todos son de un padre distinto. Vivían en las calles de San Isidro y corrían grave peligro de abuso por parte del actual compañero de su madre, un joven de 25 años. Angela (13 años) y Tatiana (11 años) fueron abandonadas por su madre. Vivían con su abuela, que no las quería en su casa. Reyna (12 años), abandonada también por su madre, se fue a vivir con su madrastra. Su padre la quemaba por todo el cuerpo por motivos tan nimios como coger un plátano sin permiso.

Todas ellas viven desde el pasado 16 de marzo en el Hogar Infantil Ciutat de Palma, inaugurado en Diriomo, a 40 kilómetros de Managua. Se trata de un centro de más de 600 metros cuadrados dirigido por la religiosa mallorquina Esperanza Garau, superiora general de Amistad Misionera en Cristo Obrero (AMICO) que acogerá en el plazo de dos meses a más de 40 niñas maltratadas, abusadas o en peligro de serlo.

El hogar, avalado por el Ajuntament de Palma, la Fundación Barceló, Fundación Solidaria Carrefour, el pueblo almeriense de Carboneras y multitud de particulares, dispone de tres grandes dormitorios, un salón multifuncional, cocina, biblioteca, comedor y duchas, según el proyecto presentado por la ONG Ensenyants Solidaris, presidida por Pere Polo. Las niñas reciben tratamiento psicológico, cuentan con tutores personalizados y asistencia médica. Ninguna de ellas quiere hablar de la vida que han dejado en la calle. «No quiero volver con mi mamá porque dormiré otra vez en el suelo», dice Alba. «Mi madre no me quiere y no conozco a mi padre. No me gustan los amigos de mi mamá», añade Àngela.

Ahora, han comenzado una nueva vida. Por la mañana sor Jamileth, religiosa de AMICO, les acompaña al colegio público Cristo Obrero y al terminar las recoge. La comida ya está preparada en el hogar. «Aprenden poco a poco hábitos de limpieza y de comportamiento. Por la tarde, acuden con sus tutoras a lo que será el salón de talleres técnicos, todavía sin funcionar. Con ellas estudian y hablan. Poco a poco se van integrando y ya van aprendiendo a sonreír, cosa que no sabían hasta que llegaron aquí», afirma sor Esperanza Garau.

Mercedes Azagra