Miles de personas volvieron a lanzarse ayer a las calles de
Palma para acompañar, entre la devoción y la curiosidad, a la
procesión del Santo Entierro que reúne a todas las cofradías de la
capital balear y que el pasado año tuvo que suspenderse por el mal
tiempo.
Desde poco antes de las seis, y tras una jornada festiva de
enorme tranquilidad y relajo a la que acompañó el sol, las calles
de Palma volvieron al ajetreo propio de las tardes de procesión.
Hombres y mujeres, mayores y pequeños tomaron la calle, con su
caperuza bajo el brazo, y se dirigieron hacia la Plaça de Sant
Francesc, que es donde se inicia este último desfile penitencial de
Semana Santa.
Allá, a las 19.30, ya no cabía un alfiler. Devotos y curiosos se
confundieron en la plaza para seguir el milimetrado, metódico -y
sobre todo esforzado- ceremonial que consiste en dar un giro de
circunferencia a un monumental paso de 1.200 kilos, el del Trono de
Nuestra Señora de la Esperanza -lo que provoca el efecto de un
balanceo en la imagen- y luego seguir su desfilar, junto al resto
de pasos, por las calles más céntricas del casco antiguo de Palma,
entre Sant Francesc y la Plaça Llorenç Bisbal, llamada así en
memoria del alcalde republicano de Palma, que es donde se ubica la
Iglesia del Socors.
La procesión, que avanzaba a paso lento (y que ayer se inició
con algo de retraso sobre el horario marcado), estaba escoltada en
todo momento por miles de personas que esperaban a ambos lados de
la calle desde mucho tiempo antes. Algunas venían con sillas de sus
casas. El tono circunspecto que acompaña a quienes la siguen con
más devoción se rompía con algún aplauso y alcanzó momentos
emotivos con la interpretación de saetas, tanto por parte de
hombres como mujeres.
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