Otro Crist de la Sang, pero la misma devoción. Hubo quien dijo
que la falta del Crist tradicional, destrozado el pasado diciembre
y sin que su compleja restauración haya llegado a tiempo, había
restado afluencia a la procesión del Jueves Santo. Puede ser. Pero
cuando la talla de estilo gótico que ejerció anteayer de
«sustituta», más antigua y de mayor valor artístico que la
tradicional, inció su lenta marcha en la plaça de l'Hospital, una
multitud prorrumpió en aplausos y gritos. Era medianoche cuando,
tras el Crist, los fieles, en silencio y portando cirios en su
mayoría, cerraban una procesión del Jueves Santo que se había
iniciado a las 7 de la tarde y que concluyó pasadas las dos de la
madrugada.
Durante todas esas horas, y mientras la procesión se extendía
por las calles de Palma, fueron numerosos los curiosos que se
acercaron, entre estrecheces, hasta la plaça de l'Hospital para
observar al «nuevo» Crucificado, que permanecía allí expuesto y
aguardaba, entre escolta de gala, el momento para ser elevado,
efectuar el recorrido establecido y, en definitiva, cerrar la
procesión del Jueves Santo. Tal como se había dicho en las
previsiones, el tiempo no sólo acompañó, sino que no pudo ser
mejor. Ni frío ni calor. Es decir, la gente no pasó frío en la
calle, salvo ya de madrugada, y los costaleros no sufrieron el
ahogo de una temperatura excesivamente alta.
Por lo demás, la procesión ofreció los momentos de emoción
religiosa exclusivamente reservados para la Semana de Pasión.
Treinta y una cofradías, con casi tantos pasos, acompañados por
unos 5.000 cofrades que crearon un río de veneración por las calles
del centro de Palma y, como novedad, se estrenaron dos nuevos
pasos, Nuestro padre Jesús el abandonado, de la Cofradía Cinco
Llagas, y Jesús del Gran Poder, de la cofradía del mismo nombre.
Como siempre, los alzamientos, giros y balanceos de los pasos de
las Dolorosas, los más grandes y vistosos, generaron aplausos
fervientes para el esfuerzo y la pericia de los costaleros, y los
consabidos gritos de «¡Viva la Virgen!» y «¡Guapa!». Como ya hemos
dicho, fue después de pocos minutos pasadas las 7 de la tarde
cuando se inició la solemne procesión del Jueves Santo, con un
gentío en la calle dispuesto a sufrir la penitencia de largas horas
de pie para observar el paso de las imágenes y los cofrades. La
procesión fue abierta por la Sección Montada de la Policía Local de
Palma y los Tamborers de la Sala, a los que siguieron los cofrades
«independientes», no adscritos a ninguna cofradía. Tras ellos,
cinco horas de devoción dividida en 31 grupos de cofrades. Faltó el
tradicional Crist de la Sang, pero no faltaron los elementos más
tradicionales de la Semana Santa. A los ya enumerados, cabe añadir
el reparto de confites, los cofrades descalzos, los que portaban
cadenas (o ambas cosas a la vez), las señoras de riguroso luto y
mantilla, las bandas con sus marchas solemnes y el constante fondo
sonoro de los redobles de tambores.
Y también como siempre, los niños, entre asombrados y asustados
por el paso de las «caperutxes», tan distinto a la cabalgata de
Reyes, aunque cualquier temor inicial era disipado con la entrega
de un «confit». Y los turistas, numerosos, que, conociendo de qué
iba la cosa o absolutamente despistados, no dejaron de hacer
fotografías y comentarios ante una manifestación religiosa tan
difícil de entender más al norte de los Pirineos. Inevitablemente,
el comentario generalizado entre los fieles se refirió al auténtico
protagonista de esta procesión, el Crist de la Sang, que, en
cualquier caso, con talla tradicional o «sustituta», suscita el
máximo interés.
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