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Europa se abre hacia el Este. Era una asignatura pendiente de la historia de este viejo continente que ha estado dividido durante demasiado tiempo. Y no sólo dividido por fronteras y alambradas, sino también económica y culturalmente. La cumbre de Atenas ha servido para sellar una ampliación de la Unión Europea que ya se vislumbraba desde tiempo atrás pero que, en la tangible realidad, tardará décadas en hacerse patente.

A nadie se le escapa que los diez países que formarán parte de Europa en los próximos años -los más avanzados en 2004 y el resto, en 2007- se encuentran a años luz de las naciones punteras del continente. No será un proceso fácil, ni breve, pero acabará por culminar, como ocurrió en su día con España, Grecia y Portugal, que eran los más pobres y hoy casi se codean con los demás.

Lo que ocurre es que esta ampliación tendrá enormes repercusiones para ellos y también para nosotros, los que, en efecto, éramos los más pobres y abandonamos ahora ese lugar, pero sin haber logrado colocarnos entre los ricos. Es decir, que de ser un país receptor de ayudas europeas en casi todos los órdenes, pasaremos a ser donantes, lo que, sin duda, supondrá para los españoles un esfuerzo que quizá no estemos en condiciones de realizar.

Pero, claro, peor es la situación de estos diez nuevos miembros de la UE, cuyos productos interiores y rentas per cápita están infinitamente por debajo de los nuestros y ahora el grueso de la ayuda europea deberá dirigirse hacia allí. Lógicamente, éste no será el único problema que plantee la ampliación, pues también es claro y notorio que muchos de esos países se han alineado con las tesis de George Bush y Tony Blair en la guerra contra Irak y eso, a la postre, puede significar la erosión de la hasta ahora locomotora europea formada por Francia y Alemania.