El presidente norteamericano George Bush se ha apresurado,
aprovechando su presencia en la cumbre del G-8, a desmentir su
supuesta intención de lanzar uno de sus ataques preventivos contra
Irán, para paralizar el desarrollo de su tecnología nuclear.
Seguramente, aunque los rumores y posturas en ese sentido se han
sucedido en las últimas horas, Bush trata de recomponer un poco el
panorama resquebrajado que su aventura iraquí ha dejado en el viejo
continente.
Una vez restablecida la amistad con el alemán Gerhard Schröder,
ha hecho lo propio con el francés Jacques Chirac, al que incluso ha
invitado a visitarle en otoño. Y a continuación se ha marchado a
Egipto para tratar de convencer a los países árabes moderados -que
siempre han apoyado la política estadounidense- de las bondades de
su «hoja de ruta» para pacificar Oriente Medio.
Muy pacifistas parecen a priori las intenciones de Bush, aunque
su paso por el G-8 se ha dejado notar y los países más ricos del
mundo, además de Rusia, han lanzado ya serias advertencias lo mismo
a Irán que a Corea del Norte para que detengan o acepten un control
exterior de sus programas nucleares, dejando caer en su declaración
contra el terrorismo su intención de «poner en común todos los
medios para combatirlo», palabras ambiguas que, llegado el caso,
podrían significar muchas cosas.
A pesar de todo, parece descartado por el momento cualquier
intento de atacar al país árabe, aunque quién sabe por qué
derroteros irá el futuro a corto y medio plazo. Por ahora la
prioridad de la diplomacia occidental mira hacia Israel y
Palestina, cuya normalización sí podría ser garantía de estabilidad
y pacificación para toda la región.
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