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Margarita Nájera, alcaldesa de Calvià en funciones, aparece implicada en siete casos distintos, acusada de cohecho, prevaricación y malversación de fondos públicos, entre otros delitos. Todos ellos se encontraban en distintas fases judiciales. De pronto, nada menos que el fiscal general del Estado, Jesús Cardenal -no olvidemos que lo nombra el Gobierno central- ordena a la Fiscalía Anticorrupción que asuma todos los asuntos relacionados con Nájera y dispone que se nombre a un fiscal especial de Balears para que coordine las siete causas, bajo la dirección de la Fiscalía Anticorrupción.

Y sorprende porque si lo que se pretendía es algo tan lógico como que se agrupen los distintos sumarios en el seno de la Fiscalía balear y se investiguen conjuntamente, bastaba que así lo hubiera decidido el fiscal jefe de Balears. Ahora bien, si lo que se pretendía era el efecto mediático, evidentemente se ha conseguido. No cabe duda de que la intervención del fiscal general y de la Fiscalía Anticorrupción tiene graves consecuencias, al menos de cara a la opinión pública.

También ha sorprendido el momento elegido por Cardenal para actuar: justo cuando se están negociando los pactos postelectorales. Cabe imaginarse qué efecto podía haber tenido su orden si se hubiese producido en plenas elecciones.

No se trata de salir en defensa de Nájera. La hasta ahora alcaldesa -cuyo ciclo político parece totalmente acabado- es sospechosa de numerosas irregularidades que deben ser investigadas hasta el final y por las que debe responder de confirmarse los indicios hallados. Si ha abusado de su cargo en provecho propio, como mantienen las acusaciones, debe caer sobre ella todo el peso de la ley. En este camino estaban los distintos juzgados de instrucción de Palma que investigan los sumarios de Nájera. Con intervención de la Fiscalía Anticorrupción o sin ella, los jueces harán el trabajo que se espera de ellos: impartir justicia.