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Juan Rolando Escobar, de sesenta y un años de edad y natural de La Habana, es un maestro torcedor de puros que está pasando unos días en nuestra Isla para exhibir sus habilidades con el tabaco. Bajo una apariencia frágil y tranquila, este hombre de grandes ojos y expresión bondadosa lleva cuarenta y cinco años ejerciendo de maestro torcedor para la eximia tabacalera Beck.

Sus manos están tan familiarizadas con el bolado, el seco y el ligero, materiales con los que se consigue un buen puro, que, mientras Juan está sumido en plena faena, parece que sus dedos, más que trabajar mecánicamente, están bailando con los componentes antes mencionados. Juan ya no fuma demasiado, aunque la edad no evita que siga haciendo su trabajo con pericia y ganas. Y de vez en cuando, en días de reposo, se enciende un Montecristo especial nº2, que es su preferido. «No hay otro cigarro igual», nos dice él mismo.

A Juan la práctica de la fabricación de puros no le viene de herencia, sino que fue él mismo quien se interesó por ella a los trece años e hizo un curso de nueve meses en los que aprendió el oficio. «Para hacer un puro como Dios manda», explica Juan el proceso a seguir, «se necesita bolado, seco, ligero y la capa que los viste. El bolado es el componente encargado de la combustión del cigarro. Luego está el seco, que tiene que ver con el aroma. Y finalmente el ligero, que, además de darle fortaleza y un sabor más o menos fuerte, contrasta con el bolado, ralentizando la combustión para que el consumidor pueda disfrutar del cigarro.

Martín Garrido Barón