El abanico apareció desde muy pronto en diversos pueblos de la
antigüedad. En el Egipto de los faraones se conocían los grandes
abanicos de plumas. En China su uso está datado en 2697 a.C, en
tiempos del emperador Hsien-Yuan. El primer abanico plegable lo
inventó un japonés en el siglo XII d.C. Su uso se extendió por todo
Oriente, pero llegó a Occidente en el siglo XVI a través de las
rutas comerciales abiertas por España y Portugal.
Al principio era un objeto caro y raro del que sólo las damas de
noble linaje podían gozar, pero pronto surge una industria
abaniquera que se extiende por toda Europa, y cuyas copias de los
modelos plegables se popularizan, pudiendo ser adquiridos por todas
las clases sociales. En el Siglo XIX en España su uso estaba tan
generalizado que el escritor francés Teófilo Guatier llegó a
escribir: «Nunca, he visto una mujer sin su abanico.
La sigue a todas partes, hasta en la iglesia, las arrodilladas o
sentadas rezan y se abanican con el mismo fervor». En el S.XXI la
influencia de la moda y la entrada de nuevas costumbres hace que
decaiga la moda, pero aun así en España el clima lo ha hecho
perdurar como un objeto necesario.
En Mallorca basta darse una vuelta por la calle para ver a chicas y
señoras haciendo uso de sus abanicos: en las terrazas de los bares,
en la plaza del barrio, esperando el autobús, en la iglesia,
mientras caminan y, en definitiva, en cualquier lugar donde el sol
las castigue.
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