La XIX edición del Trofeo Almirante Conde de Barcelona, creado
por don Juan de Borbón, padre de nuestro Rey, no ha podido tener
mejor final: una parada naval presidida por don Juan Carlos I y la
casi totalidad de la Familia Real. Sucedió ayer, a medio día, en la
bahía de Palma, donde cerca de doscientos barcos, unos 70 de época
-los menos antiguos botados en diciembre de 1949-, bellísimos y
engalanados como requería la ocasión, y el resto pertenecientes a
los distintos clubs naúticos de la isla, sobre un mar tranquilo se
alinearon en cuatro filas, con la Catedral como telón de fondo,
esperando a que el «Giralda» les pasara revista y luego
correspondiendo con aplausos y haciendo sonar las sirenas a los
saludos del Rey, la Reina y sus acompañantes.
Un bello y emotivo espectáculo, sin duda, que ponía broche de
oro a una querida regata. Minutos antes, el que fuera barco del
conde Barcelona, donado a raíz de su muerte, de ello hace ya diez
años, a la Escuela Naval Militar, había salido de la base de
Portopí donde, junto con SSMM los Reyes, habían embarcado los
duques de Lugo, don Jaime de Marichalar y doña Elena; la duquesa de
Palma, doña Cristina; doña Pilar de Borbón, hermana del Rey; Pablo
de Grecia y su esposa, Chantal Miller; Fernándo, hijo de doña
Pilar, y su novia; y, naturalmente, Jaume Matas, presidente del
Govern; el diputado Joan Huguet; y Emilio Espinosa, presidente de
la Fundación Hispania y del Comité organizador del Trofeo Almirante
Conde de Barcelona.
El «Giralda», tras haber llegado al campo de regatas y a fin de
dar tiempo a que las diversas embarcaciones -las que habían estado
compitiendo y las que se sumaban al acto- se alinearan debidamente
para la revista, estuvo navegando a lo largo y ancho del mismo. En
popa vimos charlar distendidamente al Rey con el presidente del
Govern, Jaume Matas, mientras que Joan Huguet y Emilio Espinosa
escuchaban atentamente. Mientras, la Reina, sentada frente a una
mesa sobre cubierta y debajo del toldo azul, hablaba con su hija,
la infanta Cristina. En la esquina se encontraban los duques de
Lugo -doña Elena, como casi siempre, con trunyella que caía sobre
su espalda- y no muy lejos de ellos doña Pilar de Borbón, Pablo de
Grecia y Chantal Miller.
Pedro Prieto
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