El día siguiente al 33 aniversario de Claudia Schiffer fue un día prácticamente perdido ante la puerta de su casa. Claudia, el último icono del verano 2003, es de los pocos personajes que doblan a una legión de periodistas que aguardan su salida. Ya lo he contado en otras ocasiones: Te puedes pasar horas y más horas esperando, que no sale. Pero como puede hacerlo en cualquier momento, te has de quedar allí, tieso como un arbolito bajo un sol insoportable. Al menos en el pantalán corre la brisa y te puedes dar un baño, pero allí, en aquel páramo, sólo te queda el consuelo de saciar la sed y quitarte el sofoco bebiendo agua de una botella que a medida que pasan las horas se va recalentando, o echándote parte de ella sobre la cabeza. Sí, a las esperas de Claudia hay que echarle paciencia. Pero es que no queda más remedio. Y anteayer, el día después de su 33 aniversario, se la echamos. Mañana, tarde y noche allí, tiesos como la mojama. Y ya muy de noche, a punto de plegar e irnos sin nada, Claudia y otra persona -¿su marido?- se suben en el coche y salen a toda velocidad en dirección a Palma. ¿Se marcha de la Isla?, nos asalta la duda. Porque la última vez que estuvo fue de lo más fugaz, ¿recuerdan? Dos días. Les seguimos. Una vez en el Paseo Marítimo, toman dirección hacia la avenida Argentina, Paseo de Mallorca, que rodean, para detenerse frente a La Cuchara, el restaurante de sus preferencias. Salen del coche tan tranquilos, convencidos de que nadie los ha seguido. Claudia va de negro y su acompañante no es su marido. ¿Es su hermano?, porque si no... Toman asiento en una de las mesas de atrás, perpendicular a una de las ventanas que dan a un pasadizo que comunica el Paseo con un calle por detrás del restaurante. Piden vino. Tinto. ¿Rioja? A Claudia, nos consta, le gusta el Rioja. Pues... seguro que es un Rioja. A continuación, comienzan a llegar platitos a su mesa. Son degustaciones, no hay duda. En total contamos diez. ¿Dónde se meterá lo que come si está más delgada que nunca? Y más blanca. ¡Mucho más que Diandra!, que ya es decir. A través de los cristales observamos que en un par de ocasiones ella a él le da de comer en la boca. Han llegado al restaurante sobre las diez de la noche y lo abandonan hora y media después. Claudia y su hermano, además de cenar, no han parado de hablar. Hay buen rollo entre ambos, ¿Saben? A Claudia, a través del cristal -¿cómo una mujer que toma tantas precauciones para esfumarse y pasar desapercibida (cuando le interesa) no vio que estábamos allí- se la ve feliz. Incluso dicharachera. Pero al salir, al vernos, la sonrisa se muda por un gesto de asombro. Agacha la cabeza, a lo Gwyneth Paltrow, e intenta esquivar la lluvia de flashes que se le viene encima. Deprisa, deprisa, entra en el coche que su hermano ha puesto en marcha y regresan a casa.
Claudia Schiffer se deja ver
La modelo alemana salió anteayer por la noche a cenar por el Paseo Mallorca
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