Especialmente en los últimos años es frecuente que en las
sociedades más avanzadas salga a debate la cuestión de los
problemas que se llegarán a plantear a medida que aumente la
expectativa de vida. Las sociedades envejecen y cada vez son más
los ciudadanos que requieren de una particular atención acorde a su
edad. Pero también es frecuente que en tales debates se recurra en
exceso a la buena voluntad, cuando no a la vulgar sensiblería, para
afrontar el asunto, sin arbitrar soluciones que garanticen un
cuidado eficaz y una atención suficiente a la gente de más edad. Y
una prueba de ello la han tenido ahora en Francia, en donde los
estragos causados por la ola de calor entre los ancianos no puede
dejar de sorprender.
Lo más grave del caso es que un informe recientemente elaborado
prueba que el 50% de las víctimas mortales se ha dado,
precisamente, en las residencias -un 30% en hospitales y el
restante 20% en domicilios- , que es en principio el lugar en el
que los mayores deben estar mejor atendidos. Ello revela, entre
otras cosas, que la política de restricción del gasto social
encaminado a reducir el déficit del Estado que inició el Gobierno
de Raffarin, está necesitada de una urgente revisión. Desde las
asociaciones de ancianos y distintas organizaciones se insiste en
que es del todo preciso un aumento en las inversiones a fin de
convertir en idóneos unos centros hoy anticuados.
Pensemos que estamos hablando de Francia, un país puntero en la
Unión Europea, lo que nos puede llevar a imaginar cuál debe ser la
situación en países con menor grado de desarrollo. Es del todo
lamentable que un Gobierno, en este caso el francés, tenga que
esperar a que se produzcan las miles de muertes generadas por la
reciente ola de calor, para tomar conciencia de un problema como
éste y arbitrar las debidas soluciones.
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