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Quienes circulen en los fines de semana por la calle Caro, de Palma, a lo mejor hasta puede que le hayan comprado la Ultima Hora. Se llama Angélica y es la vendedora de diarios, yo diría, más elegante de cuantas hay, dicho sea sin menoscabar a ninguna. A su alrededor todo es orden y limpieza. La hemos visto llegar con su carrito repleto de diarios, y antes de ponerse en la faena, se ha sentado, ha sacado la caja de coloretes y la barra de carmín y se ha acicalado. Angélica, que no es ninguna niña, pero que sigue manteniéndose bella, es rumana, de Timisoara, de donde se vino a Mallorca porque un tío de su marido les había dejado una casa.

De eso hace 15 años, época de Ceaucescu pura y dura. «Como yo cuidaba a un familiar que residía en Hungría, adonde me dejaban ir una vez al año, aproveché la ida para no volver más. En Rumania no se podía vivir a causa del régimen. Por eso lo dejé todo allí, incluso al marido, con la esperanza de reunirme con él fuera del país, como así ha sido, y mi trabajo. Soy mecánico dentista y enfermera -afirma-, títulos que desde hace años trato que me homologuen en España, donde, según veo, la burocracia es muy lenta».

Según cuenta Angélica, el abogado que debía tramitar la herencia de la casa dejada por el tío de su esposo les engañó; «Cuando mi marido consiguió reunirse conmigo, le hizo firmar un documento sin testigos y ahí lo perdimos todo. Hasta incluso hicimos una huelga de hambre delante de su despacho, pero no conseguimos nada». Para sobrevirvir, el marido da clases de inglés y ella, hasta hace poco, ha cuidado enfermos y en los fines de semana vende periódicos en el semáforo de la calle Caro.

Pedro Prieto