Tiempos para el recuerdo y para la nostalgia. Las experiencias de
la escuela, del pupitre, perduran en la mente de muchos
mallorquines como una mezcla de tiempos duros y a la vez
entrañables. En los lejanos años 50 o 60 estudiar el bachillerato
era a veces una experiencia traumática, por la dureza de los
profesores y los «capones» recibidos. También era una enseñanza
exigente y de la que muchos han salido bien parados. Ante la
«tolerancia» del sistema educativo actual, algunos de los
entrevistados añoran la disciplina de antaño, pero también se
quejan de la excesiva violencia que emanaban las manos y los modos
de algunos profesores, nombres «nefastos» que algunos han dedicido
obviar para no abrir heridas ya cicatrizadas.
En todo caso, eran otros tiempos. Otras sensibilidades. En esa
época predominaba el internado y la escuela de niños o niñas, casi
nunca mixta. Es el caso de Ballesteros, de Buele, Peña o de
Estarás, que estuvieron meses enteros sin salir de los centros
educativos. Antiguamente, si uno provenía de un pueblo tenía que
quedarse -fines de semana incluídos- en un colegio. Los medios de
transporte eran mucho más lentos. Sin embargo, como diría un
filósofo, la única patria del hombre es la infancia. Y, a medida
que pasa el tiempo, esos recuerdos borrosos se hacen más vivos, más
presentes.
Estudiar bachillerato, durante los años de la dictadura, era un
reto, un desafío. Había que prepararse a conciencia y gastar el
pupitre para aprobar. La libertad sólo se conocía si había un
trabajo previo. Grosske recuerda el sistema como excesivamente
violento, basado sólo en la fuerza. Ballesteros también recuerda
tiempos duros, pero agradece las lecciones de disciplina. La gente
del espectáculo, generalmente, pensaba en otras cosas, en
evadirse.
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