Una vez pelado y lavado, los matarifes se disponen a trocear el cerdo. Foto: CLICK

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Seguimos en tiempos de matances. Los pobres cerdos están atravesando un mal período, ya que muchos de ellos terminan convertidos en sobrasadas, botifarrons y camaiots. Como el que ven ahí. Lo sacrificaron en el matadero en la madrugada del día de la Constitución, lo transportaron a la Platja de Palma, frente a Can Verdera, donde entre unos pocos, a las órdenes de Joan Far y su ayudante, Antonio, haciendo bueno aquello que dice que del cerdo se aprovecha todo, lo convirtieron en embutido. Todo lo organizó la Associació Cultural del Pla de Mallorca-Can Verdera.

El proceso de transformación se prolongó a lo largo del día. Lo primero que se hizo fue quemar sus pelos y piel y, a continuación, lavarlo con agua hirviendo; seguidamente lo despellejaron, trocearon e hicieron la pasta de sobrasada (magro, tocino, grasa) y la de botifarró (magro, sangre, hígado); después frieron parte de ellas y las probaron buscándoles sus puntitos de sabor, algo fundamental para elaborar un buen producto. Mientras, las mujeres, ataviadas como las mallorquinas antiguas (falda larga, rebosillo y davantal), limpiaban y cosían los budells, que se convertirían en continentes de ambos (y también de los camaiots, pues al final decidieron hacer algunos). ¿Jamones? Ni uno. «Aquí no es costumbre hacerlos».

Hay que decir que todo esto se hacía en plena calle, a la vista de todo el mundo, y que todo el mundo podía torrar algo de carne y comérsela; no mucha, pues para las seis de la tarde estaba previsto el almuerzo-cena a base de sopes de matances y escaldums, y no era cuestión de hartarse antes de hora. ¡Ah!, y para que no faltara de nada, hubo hasta xeremiers y ball de bot, animando la velada. Tot molt nostro.

Pedro Prieto