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Los jóvenes de este país andan revueltos después de las declaraciones del ministro de Economía, Rodrigo Rato, que aseguró en una sesión de control al Gobierno que un joven de hoy consigue comprar una vivienda destinando únicamente el 26 por ciento de su salario si vive solo y el 19 por ciento si lo hace en pareja. Unos datos que, de no ser casi dramáticos, provocarían una carcajada. Porque, veamos, si el crédito más largo -a treinta años- por un importe medio -veinte millones de pesetas- nos sale a unas cien mil pesetas al mes, el señor Rato debe presuponer que los jóvenes españoles ganan unas cuatrocientas mil pesetas mensuales, lo que, a todas luces, resulta grotesco. Especialmente si tenemos en cuenta que son los jóvenes quienes sufren en mayor medida la temporalidad en el empleo y la explotación que supone trabajar más horas por menos dinero, muchas veces escudándose el empresario en su falta de experiencia o basándose en contratos de «prácticas».

Como era de esperar, diversas entidades, partidos políticos y sindicatos han puesto el grito en el cielo, pues los datos apuntan a que, lejos de ser cierto lo que Rato aseguró, un joven español se ve obligado a destinar casi el 60 por ciento de su salario a la compra de la vivienda y hasta el 92 por ciento en el caso de los más jóvenes. Algo que todavía adquiere tintes más oscuros al haberse multiplicado casi ad infinitum el precio de los alquileres, lo que determina que, hoy en día, la emancipación se convierta en una utopía para la mayoría.

Todo esto, que a Rato debe resultarle una nimiedad, constituye un problema de primerísimo grado para la mayoría de los españoles. Un problema, además, que corresponde al Gobierno solventar.