Quien tiene un perro, tiene un amigo, por tanto, como tal ha de
tratarlo. Claro que a veces, sobre todo a la hora de viajar, el
amigo se convierte en un problema, porque ¿qué hacemos con él?
Pues llegado este momento no queda más remedio que buscarle un
hotelito, porque colocárselo a otro amigo, o a un familiar, es
crear otro problema, vamos, pienso yo.
Digo esto del hotelito porque días atrás, viniendo de la Colònia
de Sant Jordi, me encontré con uno, «Las doce islas». Así que, como
tengo perro, llamé a la puerta y pregunté. Y el dueño, Pedro
Llinás, que es criador de Parson y Jack Rusell Terrier, me lo
mostró. A decir verdad no es muy grande. Tira más a agroturismo que
a hotel. «Es mejor no tener muchos inquilinos -comentó Llinás-
porque así los tratas mejor».
Los canes suelen pasar el día en unos amplios -y alargados-
compartimentos delimitados entre sí por una tela metálica. Tienen
comida y agua abundante, una hamaca donde echarse un rato y un
pequeño habitáculo por si llueve. «Aunque si llueve mucho, y vemos
que no va a parar, los metemos en la habitación», que se encuentra
en un ala de la casa. «Como ve, son jaulas no muy grandes, porque
cuanto más grandes más inquieto está el perro, ya que piensa que
debe guardar más espacio». En ellas hay una colchoneta sobre la que
dormir. ¿Precio del hotel? Diez euros por día, con comida de la
buena. Y si está una semana, lo devuelven lavado.
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